Jesús nos invita a escuchar su voz. Nos revela que el Padre y Él son uno. Escuchar la voz del buen Pastor es comprender sus palabras y hacerlas caso. Es seguir sus instrucciones, ponerse en marcha, actuar y trabajar para Él. Quien no trabaja, no lucha, sucumbe bajo el peso de la inercia y la debilidad mental, falta a la disciplina, a la obediencia, se queda parado cuando el rebaño sigue adelante, pierde el camino y se extravía. Muchos oyen la Palabra, pero pocos la escuchan. Escuchar supone una fe activa, sostenida por un mínimo de conocimiento para discernir al menos el verdadero sentido de la Palabra y adquirir un cierto grado de conciencia. Como Caballeros Templarios debemos saber que Cristo guía constantemente a los que confían en Él, y cumplen con sus instrucciones, porque el Espíritu divino lo gobierna todo. Si lo sentimos en el centro de nuestro ser, nos aconsejará, nos dará a conocer lo que tenemos que hacer en toda ocasión. Su Sabiduría puede darnos una respuesta acertada a todos nuestros problemas, si nos acogemos a ella. El único secreto es aceptarla conscientemente. Solo debemos decir “habla Señor que tu siervo escucha”, y dejarle hablar indicándonos lo que debemos emprender. Para que el Señor dirija nuestras actividades son necesarias tres decisiones: 1.- Admitir y concienciarse de que existe solución para nuestros problemas (no seamos prepotentes y creamos que lo sabemos todo). 2.- Dejar al Señor que nos guíe. 3.- Creer firmemente que la Presencia y Potencia divina trabajan para nosotros y ofrecerles nuestra humilde colaboración. Es maravilloso vivir según la inspiración divina. Entonces ocurren acontecimientos extraordinarios. La Fe mueva montañas. Con Fe, con confianza en la Palabra, en comunión con el Pastor, el discípulo, es decir, las ovejas, se sentirán felices y seguras.
En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.
El texto es muy claro. Seguir el mensaje de Jesús es complicarse la vida por caminos difíciles, dejarse llevar, no racionalizarlo y juzgar todo, ya que nuestro juicio puede estar equivocado, condicionado, manipulado y llevarnos a actuar erróneamente.
El texto me debe hacer reflexionar sobre si soy una de las ovejas del evangelio y reconozco a mi pastor, o no. Si le sigo confiadamente e incondicionalmente o no.
El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar. Que nada te turbe y nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: