Terminamos el año contemplando a la Sagrada Familia. No está mal, para hacer
balance de cómo vivimos, nos movemos y existimos. Hemos leído tres relatos,
escritos hace ya muchos años ¿Nos pueden enseñar algo estos textos tan
antiguos que hemos escuchado? Creo que sí: porque las necesidades humanas
básicas eran las mismas entonces que ahora; porque los valores básicos eran
los mismos entonces que ahora. Por eso, si nos preguntamos por lo que puede
ayudar a que la vida de familia no se deteriore, sino que se mantenga sana y
mejore, podemos recoger estos tres mensajes.
Primero, una llamada al respeto, en especial a los mayores cuyas facultades
están sensiblemente mermadas. Nos lo recuerda la primera lectura. Hemos de
cultivarlo a pesar de: a pesar de las rarezas y de las manías que puedan tener,
a pesar de los defectos más o menos acusados que tengan. Todos somos
imagen de Dios, en cualquier momento de nuestra vida. No hagamos daño al
Mesías que está presente, aunque encubierto, en los mayores o en los más débiles. Y añadamos el respeto a la piedad. Simeón y Ana supieron reconocer al
Mesías, y dar gracias a Dios por haberles permitido verlo. Hay que ser
agradecidos.
Segundo: cultivemos en las relaciones mutuas los sentimientos positivos y las
actitudes positivas. La vida familiar ha de ser una escuela de los afectos.
Procuremos tener un mundo afectivo rico en nuestra relación con los otros miembros de la familia. No nos volvamos indiferentes a ellos, no seamos inexpresivos.
Cuidemos los detalles del saludo afectuoso, de la sonrisa, de la acogida cordial,
de la preocupación discreta (y también del respeto al silencio de los otros), del
regalo, del servicio sencillo; cuidemos el gesto del perdón cuando nos han
herido.
Quien cultiva diariamente lo pequeño, también sabrá adoptar las actitudes
adecuadas en lo grande, en lo importante. ¿Podemos conducirnos así? Sí
podemos, aunque tengamos nuestros fallos. Hay una verdad que la experiencia
pone ante nuestros ojos: quien se sabe perdonado, está más dispuesto al
perdón; quien se sabe acogido, se muestra más pronto a acoger; quien se siente
amado, está más dispuesto a amar. Y así sucesivamente. Pues reparemos un
poco en lo que Dios ha hecho con nosotros: cómo nos ha amado, cómo nos ha
acogido entre sus hijos, cómo nos ha perdonado, cómo nos ha dado su paz.
Tercero: busquemos en todo la voluntad de Dios. José nos da un buen ejemplo
de esa disposición interior, cuando secunda la inspiración interior y vela por la
seguridad del niño y la madre. Quien busca la voluntad de Dios vive para más
que para sí mismo, piensa en más que en sí mismo, cuida más que su propia
persona.
La Sagrada Familia, hoy nos invita a recordar lo importante que es estar juntos
ante las dificultades, y unidos siempre con Dios. Ahí es donde esta sociedad
puede aprender a querer a todos, especialmente a los más débiles, y arrinconar
de una vez los cariños interesados. En la familia se puede aprender a compartirlo
todo, y a apretarse juntos el cinturón cuando hace falta, por haberle dado el pan
a ese pobre que llamó a la puerta de casa... y arrinconar de una vez esa manía
de ponerle precio a todo. Ellos sabían lo que era "abandonarse en manos de la
providencia" y "atesorar tesoros en el cielo, donde no hay polillas" (cfr. Mt 6, 19).
Y el perdón, palabra esencial en la familia, podrá enseñar a este mundo donde
todo lo arreglamos a gritos y con violencia, podrá salir por todas las ventanas e
inundarlo todo.
¡Feliz Año 2024 Hermanos!
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: