Día 29 festividad de Pedro y Pablo apóstoles. Día 3 Tomás apóstol.
El evangelio de esta semana nos muestra cómo el Hijo se dirige al Padre, así como nos revela un mensaje fundamental acerca de la sencillez, la humildad, el descanso y la paz.
Jesús, con su ejemplo, nos invita a orar al Padre de forma habitual y directa, como lo hizo Jesús. En esta oración, nos enseña nuestra obligación de estar agradecidos infinitamente y dar gracias a Dios, al igual que a reconocer al Padre como Señor del cielo y la tierra y al que debemos todo lo que somos y tenemos. Este es un acto de humildad, dejando de lado nuestra soberbia de pensar que todo lo que somos y tenemos nos lo hemos ganado nosotros.
Nos revela que al Padre sólo lo conoce el Hijo y aquél a quien quiera revelárselo. Es por ello que debemos pedirle, insistentemente en nuestra oración, que nos otorgue dicha gracia.
Por último nos llama de forma imperativa a acudir a Él si estamos cansados y agobiados, ya que en Él encontraremos descanso, pero somos necios, tozudos y desconfiados, ya que nos da las pautas para resolver nuestros problemas y no le escuchamos.
Celebramos la festividad del apóstol Tomás. No seamos incrédulos sino creyentes, y hagamos lo que Él nos enseña, para vivir aliviados y aliviar a los demás.
En aquel tiempo, exclamó Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera."
El texto nos muestra la estrecha relación del Padre y el Hijo. Cristo se muestra a los pequeños y a los sencillos. No rechaza a los sabios, pero les invita a aprender de Él.
Jesús me dice que no es preciso que sea muy listo, sabio, estudioso, ni tenga un nivel intelectual o social alto para entender las cosas. Más bien al contrario, la sencillez y la confianza en Él me hará ver la verdad. Nos pasamos la vida haciéndonos preguntas y buscando respuestas, y esa inquietud no nos abre puertas, en ocasiones nos las cierra, nos vuelve complicados, recelosos, desconfiados. Nos viene a decir que todo es más sencillo.
Señor, tu rostro afligido es un rostro misericordioso, lleno de paz, amor y perdón, de entrega gratuita y generosa reflejo del Padre. Sólo en ti encontramos descanso y reposo, tranquilidad y bienestar. Cuando me entrego a Ti encuentro la verdadera paz.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: