Día 31 Visitación de la Virgen María
Celebramos los cincuenta días después de la Pascua. Es el día en el que conmemoramos la venida del Espíritu Santo a los Discípulos. Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos. Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano podamos participar en su misma vida divina y nos convirtamos en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo El Espíritu Santo no es una "cosa" o un "qué". El Espíritu Santo es un "Él" y un "quién". Él es la tercera persona de la Santísima Trinidad, aunque pueda parecer más misterioso que el Padre y el Hijo, es tan persona como ellos. Que el Espíritu Santo sea la "tercera persona de la Trinidad" no significa que sea inferior al Padre o al Hijo. Las tres personas, incluyendo el Espíritu Santo, son totalmente Dios y “tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad”.
Habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación. Es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.
Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal. Los cristianos tenemos al Espíritu Santo, que habita en nosotros de una manera especial, y por lo tanto somos Templos del Espíritu Santo. En el Nuevo Testamento se habla de la simbología del fuego y el agua. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también". Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos".
Importante tres descripciones y actitudes. Era al anochecer, con las puertas cerradas y en un entorno de miedo. Jesús entra en ese miedo y saluda. Los discípulos le reconocen y se alegran. Jesús les traslada la Paz y les perdona los pecados, invitándoles a que hagan lo mismo.
El evangelio habla de ocaso, reclusión, miedo. Debo pensar si tengo las puertas cerradas por miedo y permanezco en casa, en mi confort, en mi interior, o si por el contrario abro las puertas a los demás, salgo a las calles y arriesgo mi vida.
Jesús, Padre, necesitamos de tu sabiduría, saber lo que de ti viene para escoger la vida y buscar la verdad. Necesitamos alimentarnos diariamente de Ti para tener fuerzas y seguir adelante en esta dura batalla. Nuestra sociedad necesita de gente que sea un referente para sus vidas, que ilusione, que ilumine.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: