Terminamos el año litúrgico. Termina el tiempo ordinario, y la semana próxima
empezará el Adviento. Y, para terminar bien, se nos presenta el domingo de
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
¿Tiene sentido celebrar hoy esta fiesta? Por supuesto que sí, porque lo que
queremos celebrar es que Jesucristo debe ser lo más importante de nuestra vida,
debe reinar en nuestro corazón. Sólo así le seguiremos con todas nuestras
fuerzas y podremos gozar de su amor. Un rey existe para servir a su pueblo, el
espíritu de servicio a la comunidad es lo que justifica su ser. Así lo hizo Jesús,
aunque tuvo como trono la cruz, como cetro una simple caña, como manto una
ridícula túnica de color púrpura y coronó su cabeza con una corona de espinas.
Los textos que la Liturgia nos presenta hoy nos van poniendo en situación. El
profeta Daniel nos habla de un hijo del Hombre, con poder real y con un reino
que no tendrá fin. Esa profecía que se ha cumplido con la venida de Cristo, el
Hijo del hombre, que ha dado comienzo ya al reinado de los santos de Dios. Dios
tiene un plan, y su plan está elaborado hasta el más mínimo detalle. Dios conoce
y tiene el control del futuro. Todo lo que Dios ha predicho, se ha cumplido con la
exactitud con que fue anunciado. Por tanto, debemos creer y confiar en que las
cosas que Él ha predicho para el futuro, algún día ocurrirán exactamente como
Dios lo ha declarado.
El Evangelio de hoy es un pequeño fragmento del juicio de Jesús ante Pilato. Y
está lleno de preguntas con las que podemos hacer nuestra reflexión. El primero
en preguntar es precisamente Pilato: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y por segunda
vez: ¿Conque tú eres rey?
No es difícil entender el asombro de Pilato. Esa pregunta, con palabras más o
menos parecidas, se la hacen hoy muchas personas a sí mismas y al mismo
Dios. Porque tenemos otra idea de lo que tiene que ser un Rey o un Dios Rey.
Alzamos a Dios nuestra plegaria pidiéndole que nos ayude a salir adelante en
los momentos de dificultad, que resuelva nuestros problemas: que nos cure, que
nos ayude a encontrar un trabajo, que nos salga bien esta empresa, que se nos
resuelvan los problemas familiares, que nos saque de nuestras soledades y
depresiones y… ¡Tantas veces tenemos la experiencia de que parece no darse
por enterado! Y, como Pilato, y hasta protestando un poco o un mucho, le
decimos: Pero, ¿tú eres rey, eres Dios, puedes hacer algo o no? ¿Por qué no lo
haces?
Y cuando miramos este mundo del que Cristo se ha proclamado Rey y vemos el
mal campando a sus anchas: las catástrofes, la explotación de los niños, las
violencias, las injusticias, el hambre… nos gustaría poder preguntarle a ese
Cristo Rey: Conque ¿tú eres Rey?
El de Jesús es muy diferente al resto de los reinos de este mundo. Porque no
mata a nadie. Es Él mismo el que va a morir. No es un tirano o un dictador, sino
que es Él el que va a obedecer. No hace alianzas con los poderosos, sino que
se pone de parte de los pobres, de los últimos. Para Él es grande el que sirve.
El debate interno de Pilatos no es religioso, sino más mundano: saber si Jesús
es una amenaza para él y para el poder de los romanos. No le interesa la verdad,
sino lo que tiene que hacer para continuar mandando. Sus parámetros se quedan
pequeños para comprender lo que supone Jesús. Como muchas personas,
incluso hoy en día, se niega a escuchar la Palabra de Jesús. Aunque no ve nada
malo en la doctrina de Jesús, al final se somete a las exigencias de los judíos, y
condena a muerte al Maestro.
Lo que Pilatos no sabía es que ningún reino de este mundo será capaz de
detener el avance del Reino de Dios. El Reino ya ha comenzado y está
desarrollándose. Esa es la gran sorpresa de Dios. Esa es la promesa cierta y
segura de Dios. Porque Él es el Rey de Reyes. El Señor de la vida y de la muerte.
Nuestra salvación.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: