Sexta semana de confinamiento en nuestras casas. Aquello que nos podía parecer imposible ya lo hemos cumplido y no ha pasado nada. Es más nos hemos acostumbrado y nos damos cuenta de cuántas cosas a las que dábamos importancia y nos parecía imprescindibles, son superfluas y sustituibles. Algunos todavía no han sabido encontrarse ni encontrar en este tiempo el lado positivo, y precisan seguir pensando y meditando. Todavía estás a tiempo de encontrar a Jesús en tu vida y tu propia misión en esta tierra. Como los discípulos, cerrados y ocultos tras la muerte de Cristo, cada uno tiene su tiempo para aclarar sus ideas y vencer el miedo, pero en algún momento deberemos salir de nuevo al mundo y proclamar y contagiar sin temor nuestra experiencia vivida así como lanzar un nuevo mensaje de modo de vida. Siempre hay motivos para dar gracias a Dios, pase lo que pase. Se dice que después de todo esto las cosas van a cambiar y que todo será distinto. ¿Es palabrería o realmente queremos que eso sea así? Esta experiencia nos hace ver la fugacidad de la vida. Si el virus hubiera sido otro más mortal, de esos de los que el ser humano ha creado cientos, podríamos haber muerto ya todos. ¿Nos hubiéramos ido satisfechos y contentos, con los deberes hechos, y en paz, habiendo agradecido a tanta gente todo lo que ha hecho y han dado por nosotros, habiendo cumplido todos los planes, acciones e ilusiones que dejamos para el futuro?. Hagamos esa seria y profunda reflexión y hagamos un plan de cambio. Tenemos una segunda oportunidad.
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les preguntó: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron." Entonces Jesús les dijo: "Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Dos caminantes abatidos reflexionan y rumian el fracaso de todo lo vivido. Todas sus ilusiones se han visto frustradas. Cuántas veces en la vida nos ocurre esto mismo.
Este evangelio nos enseña que no caminamos solos en esta vida, pero nuestra ceguera espiritual nos impide ver a Jesús en el prójimo, en los que nos acompañan en este caminar de la vida. Nuestros ojos se van detrás de otras cosas.
Padre quédate junto a nosotros que la noche está cayendo. Somos felices mientras nos acompañas en el camino de la vida y sentimos miedo cuando nos abandonas y nos quedamos en silencio e ignorancia. Estos días ante el temor a enfermar o incluso a la muerte, hemos sentido algo profundo e íntimo. Reflexionémoslo con Dios..
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: