Después del tiempo de Adviento y de las fiestas de Navidad, retomamos el
camino del tiempo ordinario. Las lecturas, para que entremos en este tiempo con
fuerza, hablan de los carismas en la comunidad y nos presentan el milagro de
las bodas de Caná. Porque con Jesús, cualquier situación se convierte en fiesta.
Ya la primera lectura nos coloca en situación. “Como se regocija el marido con
su esposa, se regocija tu Dios contigo.” El profeta Isaías presenta la relación de
Israel con su pueblo como la de un matrimonio. Una relación de amor, en
definitiva. Una promesa de ese Amor que hemos celebrado en la pasada
Navidad, el Amor de Dios para con la humanidad.
Ese amor que se manifiesta en los diversos dones que el Señor reparte entre
todos. Los carismas, de los que habla la segunda lectura. Carisma significa “don
gratuito de Dios” y es, por tanto, un regalo, una gracia de gran valor; sin embargo,
en la comunidad de Corinto reinaba una gran confusión justamente a causa de
los carismas, cuyos agraciados se servían de ellos para darse importancia y
buscar los primeros puestos en la comunidad, con el resultado de divisiones,
envidias y celos.
Hay muchos carismas. Esta diversidad refleja la riqueza y la creatividad del
Espíritu Santo. Cada creyente es único e irrepetible y tiene un papel específico
que desempeñar en la comunidad, pero todos están unidos por el mismo Espíritu
que los capacita y guía. Los dones espirituales son capacidades sobrenaturales
dadas por Dios para el servicio y la construcción de la comunidad de fe. Porque
los carismas son concedidos para favorecer el amor mutuo, no la competencia.
Que no se nos olvide, para que contribuyamos a la unidad, y no a la división,
porque todos tenemos algún carisma.
Y el Evangelio nos habla de una boda que, por la falta de vino, podía haber
acabado mal para los novios. La vergüenza de no haber calculado bien sus
necesidades, quedando en ridículo ante sus invitados.
Una boda es siempre una fiesta. Es que Jesús estaba a las duras y a las
maduras. Sabe hacerse presente en las alegrías y en las penas. En todas las
situaciones y en todos los lugares humanos. Está en Caná y está en Betania.
También, por tanto, en los momentos festivos de la vida; también en medio de
nuestras alegrías terrestres. No quiere que estemos siempre renunciando a lo
bueno de la vida.
También sabe hacerse presente en los momentos de dolor: el mismo evangelio
de san Juan nos refiere la presencia de Jesús en Betania, donde acababa de
morir Lázaro, el hermano de Marta y María. El Señor es Aquel que puede dar un
vuelco a las situaciones desesperadas por que atravesamos. Cambia el agua el
vino; la tristeza en alegría; el sufrimiento en gozo; el destierro en vuelta a la
patria. La muerte, en vida. En Caná se reveló el poder transformador, salvador
de Jesús, así como la necesidad de la fe y la obediencia en la relación con Él.
Nos invita a confiar en su providencia y a seguir sus indicaciones, sabiendo que
puede convertir los escenarios más difíciles en momentos de bendición y de
gracia.
Este milagro sobre el que reflexionamos tuvo lugar por la mediación de la Virgen
María. Ella estaba atenta a lo que sucedía, e intercedió ante su Hijo. Gracias a
ella, llega la hora de Jesús, su misión se empieza a realizar. “Haced lo que Él os
diga”. Con ese gesto, nos marca cómo debe vivir también la Iglesia: con los ojos
abiertos, atentos a lo que pasa alrededor, suplicando por los demás, orando a
Dios por los que pasan apuros, por los que sufren. Y con fe, sabiendo que Él
siempre escucha, aunque a veces parezca que no.
Hermano Templario: Es un buen día hoy para pedirle al Señor que nos haga
fieles administradores de los carismas que nos ha dado, siempre atentos a lo
que ocurre a nuestro alrededor, siempre disponibles, confiando, y todo para
mayor gloria de Dios y salvación de los hermanos.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: