A lo largo de los textos de esta semana vamos viendo una transformación que seguramente hemos experimentado todos.
El lunes, los fariseos le piden a Jesús un milagro espectacular para poder creer en él.
Es el Dios que los humanos esperaban, un Dios sensacional, victorioso, no de pasión, cruz y muerte. No es el Dios de Jesús. No lo entienden.
El martes los discípulos están rodeados de incredulidad.
Esa incredulidad contagiada por el entorno que hace de nuestra fe una fe mediocre, débil que nos lleva a ocultarla.
El miércoles los discípulos lo ven como el mesías triunfador, sin cruz.
No lo perciben en su dimensión más profunda. Son como el ciego. No ven al prójimo como hermano.
El jueves Pedro quiere ponerse delante de Jesús, marcarle el camino, erigirse en Dios, y Jesús le hace ponerse detrás.
¿Cuántas veces nos formamos un Dios a medida?
El viernes Pedro es declarado dichoso porque por fin le ha sido revelado el gran misterio de Jesucristo.
Será el cimiento sobre el que se edificará la iglesia.
Vemos una evolución en el mensaje de esta semana, desde la incredulidad absoluta que busca pruebas espectaculares y grandiosas, pasando por hacernos nuestra imagen de Dios y por lo tanto no creer en Jesús, a empezar a creer pero con miedo e incredulidad, sin captar el mensaje profundo y ver en el prójimo al hermano, pasando por ser nuestro propio Dios, para por fin llegar a la revelación del misterio.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten, pues, si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros.
El evangelio nos habla de la no violencia, del rechazo a la justicia humana.
Es el paso al hombre espiritual cuya máximo representante es Cristo.
Para practicar la no violencia, es imprescindible haber experimentado la fuerza transformadora del amor de Dios, su misericordia. Sólo quien se ha sentido desarmado, sin defensa, rendido ante la fuerza de un amor que acoge sin condiciones es capaz de poner la otra mejilla. Como dice el Papa Francisco, para ser humilde hay que haber sido humillado.
Padre, necesitamos de tu amor para poder contagiarlo y evitar un mundo de violencia.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: