Este de hoy es uno de esos evangelios con los que todos podemos, en principio,
estar de acuerdo, pero que nos cuesta llevar a la práctica. Porque lo que más
nos sale es lo contrario, el recordar las ofensas, y no perdonar sin condiciones.
¿Es el perdón una actitud de gente débil? ¿Tengo que ser tonto para ser bueno?
¿No hay momentos en los que uno, incluso teniendo la mejor voluntad, dice esto
es demasiado?
Lo más normal, para muchos, es vengarse cuando se puede, o al menos, guardar
el rencor hasta mejor momento. La venganza es el placer del ofendido, y el rencor
el único recurso seguro del más débil. La ira es muy perjudicial. Nos vuelve
demonios. Propio de los demonios es vivir siempre encolerizados. Por eso, la
mansedumbre es la virtud que más odian los demonios. La cólera oscurece el
alma; por eso hay que cortar de raíz los pensamientos de cólera y no
abandonarse a ellos. Ser cada día un poco más pacíficos. Que los pacíficos
heredarán la tierra.
Ya la primera lectura nos pone en suerte. Furor y cólera son odiosos. Hasta ahí,
todos de acuerdo, Es verdad que, a veces, tenemos accesos de furia, o “nos
llevan los demonios”. Pero lo que nos dice el Eclesiástico es muy
cierto: ¿cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? Si
fuésemos más coherentes, antes de pedir nada al Señor, dejaríamos la ofrenda
ante el altar e iríamos a reconciliarnos con nuestros hermanos. Es verdad que
no siempre se produce la reconciliación – dos no pelean si uno no quiere, y lo
mismo pasa con el perdón – pero, por lo menos, lo habremos intentado. Por
nuestra parte, todo estará bien. De lo que hacemos – o no hacemos – es de lo
que debemos responder.
Nos dice también la lectura recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu
prójimo. Es muy práctico recordar los mandamientos. Los de la Ley de Dios, y
también los de la Iglesia. Si nos miramos a nosotros primero, quizá seamos más
tolerantes con los demás. Porque nosotros tampoco somos perfectos, y el
contraste de nuestra vida con los mandamientos nos lo recuerda. Con otras
palabras, el que está libre de pecado, que tire la primera piedra (Jn 8, 7).
La parábola del Evangelio no nos deja indiferente. A cualquier persona con algo
de sentido común le suena mal la actitud del siervo desagradecido. Le perdonan
una cantidad inimaginable, porque sí, porque le dio lástima al señor, y a él le
cuesta perdonar una pequeña cantidad. Es verdad que no hay razones para
perdonar, como no hay razones para creer. Es un don, un regalo. Se puede pedir,
pero no tenemos derecho a recibirlo. Es como la fe.
Cada día rezamos la oración del Padre Nuestro, puede que varias veces. Y
pedimos que se nos perdonen las ofensas, como también nosotros perdonamos
a lo que nos ofenden. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no
perdona de corazón a su hermano. Nos lo recuerda Jesús en el Evangelio. De cómo
perdono yo, depende el cómo me perdonen a mí.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: