En este tercer Domingo de Adviento hay un personaje que destaca de una
manera especial: Juan Bautista. El mayor elogio lo ha recibido de Jesús: “Entre
los nacidos de mujer no ha nacido nadie mayor que él” (Mt. 11,11). ¿Qué
podemos aprender de él para prepararnos en este tiempo a recibir al Mesías?
1.– Su humildad. Pensemos que cuando alguien pregunta por nosotros, le
mostramos todos nuestros títulos: soy párroco, soy maestro, soy médico, soy
licenciado…Y Juan contesta: Yo no soy. No soy el Mesías, no soy Elías, no soy
profeta. Sólo soy la voz de Otro que viene detrás de mí. Ése es el importante.
Juan Bautista descubrió que su vida tenía sentido señalando con el dedo: “He
ahí el Cordero de Dios”. A Él debemos seguir todos: vosotros y yo. ¡Cómo nos
cuesta dar paso a otro que viene detrás! Creemos que sólo nosotros podemos
hacerlo bien y, por eso, nos creemos imprescindibles, insustituibles.
2.– Su testimonio. Juan Bautista gozaba de gran prestigio y muchos acudían al
desierto a escucharle. Incluso el mismo rey Herodes se interesaba por él. Pero
era un hombre libre y cuando se entera que el rey ha abandonado a su legítima
esposa y se ha casado con la esposa de su hermano Felipe, Juan le dice a
Herodes: «No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Mc. 8,18). Como
sabemos, esto le costó la cárcel. Juan estaba en la cárcel, pero la Palabra de
Dios no estaba encadenada. La cosa no quedó ahí. Cuando Salomé, hija de
Herodías, agrada con su baile a Herodes, éste le hace un juramento de darle lo
que pida. Y Salomé, aconsejada por su madre, le pide la cabeza de Juan
Bautista. Herodes le cortó la cabeza a Juan, pero no le pudo cortar su palabra.
La cabeza de Juan sobre aquella fría bandeja tiene más verdad que muchos
púlpitos. Más aún, toda su persona se convirtió en palabra viva, en testimonio
permanente. Hoy Juan nos sigue hablando, y su voz nos conmueve.
3.– La aceptación de la novedad de Jesús. El mensaje que nos trae Jesús es
muy distinto de Juan. Juan vive en el desierto y es un asceta. Jesús vive en
medio del pueblo, conecta con la gente, y es un místico. Lo dice el propio
Jesús:” Vino Juan que ni comía ni bebía…Vino el Hijo del hombre que come y
bebe” (Mt. 11,18). Juan no predicaba una buena noticia, sino una estrategia para
escapar del castigo inminente. La salvación sería para unos pocos; los que
aceptasen su predicación y su bautismo. Jesús predica una buena noticia para
todos. No enseña la manera de escapar de la ira de Dios, sino la manera de
entrar en la dinámica de su amor. Juan vive solo, pero Jesús vive en comunidad.
Lo primero que hace Jesús al salir a la vida pública es llamar a sus discípulos y
hacer con ellos una Comunidad. Juan acepta que Jesús sea más que
Él. “Conviene que Él crezca y yo disminuya” (Jn. 3,20). Y ve con buenos ojos
que algunos de sus discípulos se pasen al grupo de Jesús (Jn. 1,37). No
podemos aferrarnos al pasado. No podemos decir: esto hay que hacerlo porque
siempre se ha hecho así. El pasado nunca puede servir para frenarnos o
paralizarnos. Debemos estar abiertos a las sorpresas de Dios. Y de todo esto
Juan Bautista nos dio un bello ejemplo.
Hermano Templario: ¿Me creo el importante, el imprescindible? Cuando llega la
ocasión, ¿Sé dar paso a otro? ¿Caigo en la cuenta de que la Palabra de Dios
sólo la entiende aquel que la cumple?¿Estoy abierto a la novedad de
Jesús? ¿Voy descubriendo que Dios, al darnos a Jesús, nos dio con Él toda
novedad?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: