En tiempos de Jesús la vida tenía otra cadencia. El ritmo lo marcaba la naturaleza, la jornada comenzaba cuando clareaba el día y se terminaba cuando oscurecía. Era otra cosa. Muy diferente. Aunque las preguntas más básicas ante la vida, seguramente, serían las mismas. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos… Qué pasará mañana. Cómo nos tratará el destino.
Y, ante el mensaje de Jesús, la Buena Nueva del Reino, también habría dudas, preguntas, estarían muy despistados, ante la novedad de esa realidad misteriosa de la que hablaba Cristo. Alguna intuición tendrían, verían que Jesús creía en lo que decía, pero es posible que se les escaparan muchas cosas. A nosotros, veintiún siglos después, sabiendo lo que pasó realmente, no siempre nos resulta fácil entender todo. Es normal que los coetáneos del Maestro tuvieran toda clase de representaciones del Reino, quizá a cada cual más extraña, porque el Reino era y es algo misterioso. Algo difícil de entender.
No sabemos cómo, pero Dios llevará a buen término esa frágil promesa que es una semilla. A los impacientes por ver el Reino de Dios instalado inmediatamente en la tierra Jesús les decía: yo siembro y confío; yo siembro y lo demás lo dejo en las manos de Dios, con la absoluta certeza de que habrá cosecha. Esa es la tarea del creyente. Trabajar y confía, obrar como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios.
Otros, quizá el mismo Pedro, o Simón el Zelota, podían pensar que el pequeño grupo de Jesús era impotente, no tenía medios para cambiar el mundo. No curaba a todos los leprosos, no resucitaba a todos los muertos, no daba de comer a todos los hambrientos… De nuevo Jesús usa un ejemplo que, probablemente, todos conocían en su tiempo. El grano de mostaza, parece, es del tamaño de una cabeza de alfiler, más o menos. En ese estado, es increíble que un pájaro pueda encontrar reposo en él. Y, sin embargo, de ese pequeño grano surge una planta en la que anidan las aves. Si eso pasa en el mundo, cuánto más puede suceder en el orden sobrenatural.
Es verdad que nos cuesta tener la paciencia y la profundidad para poder apreciar todo esto. Vemos lo que queremos ver, los prejuicios y las (malas) experiencias nos limitan la visión. Tenemos que aprender a mirar la vida con otros ojos, para poder ver los “pequeños milagros de la vida diaria”. Lo que sucede en la naturaleza, y lo que pasa en nuestras vidas. Se trata de ver todo como lo veía Jesús, que podía decir: “yo siembro, yo confío”.
Hermano Templario: Que nuestras acciones sean también portadoras de vida, que sepamos llevar la semilla allá donde nos lleve el Espíritu. Y, como dice el salmo, siempre con agradecimiento. Que nos sintamos plantados en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios. Con Él todo irá bien. Si bien no podemos verlo inmediatamente. Aunque lleve su tiempo. El tiempo del Reino de Dios. .
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: