Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama
Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho
más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo
Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es
la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el
pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”.
Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón
de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado,
es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia.
«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn
3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para
redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el
Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido
en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la
conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del
resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que
se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo
oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para
confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor
resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los
Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a
las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a
nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la
Penitencia. Jesús Resucitado cuenta con nosotros.
Hermano Templario: ¿Cómo valores la Misericordia de Dios en tu
vida? ¿te sientes necesitado de ella? ¿Qué importancia tiene el
sacramento del perdón en la vida espiritual? ¿Cómo mantienes blanco
e impoluto tu manto a pesar del polvo del camino?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: