Todos los textos de este tercer Domingo de Adviento nos hablan de la alegría. Una alegría desbordante que incluso adquiere proporciones cósmicas:
“El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”. (1ª lectura).
¿Cuál es el motivo de la alegría?
1.- Alegraos porque el Señor está cerca. Es curioso descubrir cómo todos los acontecimientos que tienen una relación con el Nacimiento de Jesús están llenos de alegría.
– Alegría rezuman las palabras del Ángel a María en la Anunciación. “Alégrate, María, la llena de gracia”.
– Alegría las palabras de su prima Isabel cuando ésta sale al encuentro de María: ¿De dónde a mí la dicha que venga a visitarme la Madre de mi Señor? “Feliz tú, María, porque has creído” …
– Alegría del niño Juan que, en el vientre de su madre, da un salto de júbilo…
– Alegría del ángel que anuncia al salvador en Belén: “Os anuncio un gran gozo: os ha nacido un Salvador”.
– Y alegría del anciano Simeón que cuando tiene en sus brazos al Salvador dice que ya no le tiene ningún miedo a la muerte. El Mesías que aquí aparece es un Mesías que viene al mundo a traernos la alegría.
Hoy, a más de 20 siglos de distancia de los hechos, nos preguntamos:
¿Se nota que el Mesías está con nosotros? ¿Vivimos los cristianos una alegría especial? ¿Se nota que somos una raza distinta? ¿De verdad que salta de gozo nuestro corazón por dentro, como saltó de gozo Juan en el seno de su madre?
La alegría, la verdadera alegría capaz de convertir el páramo y la estepa de nuestro corazón en “flor de narciso” es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Ni los filósofos ni los sabios; ni los políticos ni los técnicos son capaces de traernos “salvación”, es decir, “solución” a nuestros problemas vitales. Sólo Jesús es nuestro Salvador. Sólo Él es capaz de darnos una “paz paradisíaca”. En Él podemos encontrar el paraíso perdido y esperar la caricia de Dios que se acerca a pasear con nosotros “a la brisa de la tarde”.
2.- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? A la cárcel donde está preso Juan Bautista, le llegan noticias de Jesús que a Juan le dejan desconcertado. Jesús no habla de ira, de venganza, de desquite por parte de Dios. En los labios de Jesús afloran palabras de bondad, de dulzura, de cercanía, de perdón y de misericordia. A Juan Bautista le viene una duda existencial: ¿Será o no será el Mesías? Juan es el último de los profetas, siempre con resabios de una mentalidad que esperaba a un Mesías “bueno para los buenos” pero “vengativo para los malos”. Con Jesús comienza “El Reino de Dios”. Coincidiendo con lo mejor de los profetas, Jesús apela a las obras. Es curioso que Jesús, a la pregunta de Juan, no contesta con palabras, sino que apela a los hechos concretos: Decidle lo que estáis viendo: “Los ciegos ven, los sordos oyen, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y los pobres reciben buenas noticias”. Jesús viene a desplegar en nosotros todas nuestras capacidades:
– De ver más allá de lo que ven los ojos materiales…
– De oir los lamentos de la gente que sufre…
– De sanar a los infectados de la tierra…
– De hacer caminar a pie a los que necesitan muletas…
– De resucitar lo que está muerto o a punto de morir…
Más aún: los pobres reciben buenas noticias…
Hermano Templario cuestiónate esta semana:
1.- ¿He descubierto a Jesús como Alguien que me ayuda a crecer, a realizarme, a disfrutar de la vida? ¿Brillan mis ojos como alguien que acaba de descubrir un tesoro?
2.– Como Templario ¿convenzo a la gente con mi vida? ¿O les mando a esperar a otro? Jesús ha hecho todo muy bien. ¿Cuándo lo imitaremos nosotros?
3.– De escándalos de gente corrupta. ¡ya estamos hartos! ¿Por qué no me apunto con Jesús al escándalo del amor, al escándalo de las buenas obras, al escándalo de desvivirme por la gente pobre y necesitada?
NNDNN
+Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz. Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: