La lectura de este evangelio quiere recoger un tema muy querido por el
evangelista: “Dios está con nosotros”. En cualquier lugar en que se
reúnan los cristianos en su nombre, allí estará Él. Cristo Resucitado
sigue presente siempre en su Iglesia.
En estos tiempos en que en Europa los Templos se nos quedan vacíos,
no debemos olvidar nuestros orígenes. En la primitiva Iglesia no había
templos materiales, pero había “templos espirituales” No había iglesias,
pero sí “Iglesia”. La Iglesia de Jesús: con una fe no-nocional sino
vivencial en Cristo Resucitado. Jesús era el Centro de esas
Comunidades. De la fe en Jesús Resucitado nació la necesidad de
juntarse y vivir “como hermanos”. La fraternidad no es una bonita
teoría, es una espléndida realidad: vivida con gozo, con entusiasmo,
con deseos de compartir con otros esa bonita experiencia. Y me
pregunto: ¿Por qué no volvemos a las raíces? ¿Por qué no dedicamos
nuestro mejor tiempo en crear pequeñas comunidades vivas en torno a
Jesús? ¿O seguiremos lamentándonos con amargura de que la gente
ya no nos viene al Templo? Hay que preguntarse en serio: Y tú, además
de lamentarte, ¿qué haces?
Ya, desde el principio, los primeros cristianos fueron conscientes de
que, para ser cristianos, lo primero hay que ser “hombres y mujeres de
este mundo”. Y en este mundo hay que aceptar la debilidad, la
fragilidad. No estamos hechos de bronce sino de “barro”. Y, cuando
caemos, nos rompemos. El evangelio de hoy nos advierte que no se
parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de
hermanos, que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo del
Señor y de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden
surgir en cualquier momento. Jesús no se asustó ni de la terquedad de
los apóstoles, ni de las pretensiones ambiciosas de Santiago y Juan; ni
de las negaciones de Pedro, ni de la traición de Judas. “Él sabía muy
bien lo que hay en el hombre” (Jn. 2,25). Y, a pesar de todo,
siguió amándolos, perdonándoles, llamándoles y confiando en ellos. Lo
que entonces hizo con los apóstoles quiere hoy hacerlo con nosotros. A
Jesús nunca le interesa nuestro pasado negativo, lo que hemos sido,
sino nuestro presente: lo que ahora somos, y sobre todo, nuestro futuro:
lo que todavía podemos llegar a ser.
Los fallos, las dificultades, los errores y los pecados no dificultan
nuestro camino hacia Dios, siempre que estemos preparados para
superarlos. Por eso, la corrección fraterna está tratada de un modo
exquisito: primero entre los dos; después con otros de confianza; al final
que decida la comunidad. Y la comunidad no lo expulsa, sino que le
invita a que sea él mismo el que se vaya, dejando siempre la puerta
abierta para el posible retorno. No puede haber corrección fraterna sin
fraternidad. A veces las correcciones en comunidades sólo han servido
para despellejar a las personas. Somos muy dados a arrancar la cizaña
llevándonos detrás el trigo. Y no olvidemos que el trigo es siempre “la
persona”. Por eso Jesús nos invita a crecer juntos, y pulirnos unos con
otros, pero con cariño. “No es el martillo el que deja perfectos los
guijarros, sino el agua con su danza y su canción” (R.
Tagore.) Y el gran San Agustín nos dirá: “Sólo aquel que ama
puede corregir”.
Hermano Templario, pregúntate: ¿Estoy convencido de que la Iglesia no
puede seguir así? ¿Crees que deberíamos ensayar el camino de la
Iglesia Primitiva? ¿Exijo a los demás lo que no me exijo a mí
mismo? ¿Estoy dispuesto a cambiar? ¿Estoy dispuesto a vencer el mal
a fuerza de bien?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: