En la escena de hoy, la emoción de Jesús se convierte en oración agradecida al Padre
porque ha revelado las cosas del Reino a los sencillos (entiéndase especialmente a los
discípulos) y se las ha escondido a los sabios y entendidos.
No es que esté ensalzando la ignorancia, la falta de formación intelectual, el
desconocimiento de la doctrina. Pero es que Jesús ha comprobado que los pobres, los
sencillos, los que menos pintan, y en particular ese grupo de «pequeños» discípulos que le
siguen... tienen el corazón mucho más cerca de Dios que los «sabios y entendidos». Y el
gozo de comprobar esa apertura al amor de Dios, y a su proyecto evangélico le provoca una
profunda emoción, y siente la necesidad de agradecerlo: «Sí, Padre, así te ha parecido
mejor».
El pequeño, el pobre al que se refiere Jesús, es el que tiene que fiarse de otros y contar con
otros necesariamente, porque lo necesita. Y también se fía de Dios, aunque no tenga ningún
mérito que presentarle más que su necesidad y su pobreza (como aquel publicano que
rezaba en el último banco pidiendo misericordia, sin más mérito que su penosa situación, de
la que no se veía capaz de salir)... Estos pequeños se emocionan con la novedad de Jesús,
se les hinchan los pulmones y el corazón ante este Dios Padre que les presenta Jesús, y
que ha optado por ellos, que ha escuchado su necesidad y su pobreza. Y no les da
vergüenza alabar y cantar tanto amor derrochado. Son como la Madre de Jesús que también
canta porque el Poderoso se ha fijado en la humildad/humillación de su sierva.
Hermano Templario: hoy «toca» emocionarse -con Jesús y como él- al descubrir el trabajo
callado, sorprendente y fantástico que el Padre va haciendo en tantos hermanos (ojalá
también en mí mismo) y dejar que se nos «escape» una oración espontánea, alegre, de
alabanza. Alabemos, agradezcamos y cantemos al Señor Dios del cielo y de
la tierra. En Dios creemos y de El nos fiamos con espíritu manso y
humilde.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: