Cada semana de Adviento se nos presenta para la reflexión a una figura
diferente. En esta ocasión le toca el turno a Juan el Bautista. Es el encargado de
preparar el camino al Señor.
Trae un mensaje de alegría, porque Dios mismo “ha mandado rebajarse a todos
los montes elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse
a los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine
seguro”. Es una decisión que no tiene marcha atrás, porque no descansará hasta
que esa promesa se cumpla.
Hacen falta siempre mensajeros de la Palabra. Ésta no desciende sobre los
grandes del mundo. No la oyeron los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén.
Ellos la rechazaron, a pesar de las pruebas que fueron viendo. La Palabra
desciende sobre el Bautista, que vive en el desierto.
Nosotros hoy queremos acoger esa Palabra, especialmente en Adviento, y para
ello, también nosotros debemos adentrarnos en el desierto.
El desierto es el lugar del silencio. Ese silencio que, en Adviento, puede
ayudarnos a escuchar la Palabra de Dios. Es también el lugar donde se vuelve
a lo esencial. No encuentras muchas cosas en el desierto. El alimento no se
obtiene con facilidad, falta el agua, sólo hay lo que es necesario para la vida. No
hay carteles publicitarios, que tanto determinan nuestras elecciones, y nos hacen
perder mucho tiempo y dinero con cosas superfluas. Si no volvemos a lo
esencial, si no evitamos lo superfluo, la Palabra no puede descender sobre
nosotros y encontrar eco.
Desde la primera venida del Señor hasta la segunda, nos encontramos a la
espera. No se nos dice hoy nada concreto, sobre lo que significa la conversión
de la que hablaba Juan. La semana que viene habrá indicaciones más concretas,
pero hoy podemos sugerir ya algunas cosas.
Podríamos comenzar por despojarnos del luto y la aflicción, de la tristeza.
Intentar vivir en positivo. Afrontar la pena con esperanza cristiana, para poder
vivir como verdaderos creyentes.
El segundo paso que podemos dar ya es colaborar en la obra del Evangelio. San
Pablo nos lo ha recordado con claridad. Que haya otras personas que sepan
Quién es nuestra esperanza, el que nos mueve, para que compartan nuestra
espera. Así la vida será también algo más alegre para ellos. Porque toda en la
vida es un don de Dios.
Para poder lograr todo esto, hacen falta momentos de desierto, de estar a solas
con Dios, y momentos al lado del río Jordán, para compartir con los demás lo
que vamos viviendo. Si somos capaces de compaginar los momentos de desierto
y de río, seremos capaces de llegar a ser mensajeros de la esperanza. Entonces
dejaremos de ser un camino intransitable, sino que seremos un camino al que el
Señor puede acercarse con gozo. Entonces viviremos un verdadero Adviento.
Entonces ayudaremos a que todos vean la salvación de Dios. Como verdaderos
discípulos de Jesús. Como verdaderos templarios.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: