Al profeta Ezequiel le envía el Señor a hablar a los desterrados del pueblo de
Israel. No importa si la culpa de la deportación ha sido de los desterrados o no,
lo que llama la atención es que Dios no abandona a los suyos. Nunca. Y se sirve
de gente normal para despertar a su pueblo. De un hombre cuya única cualidad
es la de haber sido llamado por Dios. No olvidemos que profeta no es el que
adivina el futuro, ni el que hace innumerables milagros, sino la persona que habla
en nombre del Señor. En este caso, llevar a los desterrados en Babilonia la
Palabra. El consuelo, porque, a pesar de todo – a pesar de estar lejos de casa,
sin templo, sin sacerdotes, sin esperanza – el Señor está con ellos.
Pablo, el Apóstol de los gentiles, nos habla de ese “aguijón” clavado en su carne.
Una espina que no le deja vivir. Nosotros a menudo nos quejamos de que Dios
no nos escucha, no reacciona, no nos da lo que pedimos, cuando se lo
pedimos… Con todos los méritos acumulados por Pablo, y no se cura. La
cuestión no es lo que queremos o pedimos, sino lo que Dios nos tiene preparado.
A Pablo, Dios no le quita la incomodidad, la enfermedad, sino que le da la fuerza
para poder superarla. Porque ya sabemos que Dios se manifiesta a través de
seres débiles. Por eso no libra de las enfermedades, de los defectos, del
cansancio…
No nos asustemos de la debilidad, ahí podemos ser fuertes con el Señor. Porque
entonces reconocemos que no somos todopoderosos. Como Pablo. Que no
encontró la respuesta que él esperaba, pero encontró una respuesta mucho
mejor: se sintió respaldado por el amor de Dios, la fuerza de Dios se realizaba
en su debilidad. Dios quiere siempre nuestro bien, pero nos ha hecho limitados
y no quiere librarnos de las dificultades y contratiempos que se derivan de
nuestra limitación humana.
El Mesías, el Salvador, es alguien muy esperado, pero cuando se presenta no
se le reconoce. Es un drama para Jesús y un drama para su gente. Jesús era
para ellos un «viejo desconocido». Sabían con precisión unos cuantos
parentescos suyos: su madre, sus hermanos, sus hermanas. Pero ni siquiera se
asomaron al otro parentesco profundo, el que nos presenta el evangelio de
Marcos al comienzo y al final: Jesús, el Hijo de Dios. Se quedaron en la
superficie; no llegaron a la verdad.
Quizá el mensaje fundamental que podemos recoger es sencillamente éste:
Jesús es para ti lo que tú le dejas ser. Los vecinos de su pueblo no le dejaron
ser otra cosa que un vecino más, en lugar de dejarle ser lo que realmente era y
manifestaba ser: el portador de la salud y de la salvación.
Hermano Templario: Sí: Jesús es para ti lo que tú le dejas ser. Pregúntate: ¿me
abro suficientemente al encuentro con Él? ¿Es para mí también «un viejo
desconocido» de tanto creer que lo conozco?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: