La Liturgia nos pone en suerte hoy los Mandamientos, Se nos olvida que los
Mandamientos siguen estando vigentes. Todos. Jesús, lejos de derogarlos,
viene a darles sentido y plenitud. Son una muy buena forma de contrastar
nuestro estilo de vida con lo que Dios quiere de nosotros. Los diez. Aquí no hay
posibilidad de ir eligiendo, como si del menú de un restaurante se tratara. Éste
me gusta, éste no tanto… Todos afectan a todos. Desde el Papa hasta el último
Templario. Esta primera lectura nos recuerda que para Israel sólo debía haber
un Dios. Esas palabras del Señor a su pueblo nos las dice hoy también a cada
uno de nosotros. Los “diosecillos” que el mundo nos puede ofrecer no pueden
ser los que dirijan nuestra vida. Es verdad que parecen muy atractivos, pero ni
el dinero ni el placer ni el poder traen la verdadera felicidad. El Dios único, que
se manifestó en la persona de Jesucristo, es el que debe dirigir nuestro existir,
configurar nuestros valores, dar sentido a nuestra vida. Ésta es la verdadera y
eterna alianza que Dios ha hecho con nosotros, sellada con la sangre de su Hijo,
para que seamos fieles hasta el final.
Sabemos que Jesús resumió los Diez Mandamientos en dos, amar a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Mt 22, 33-34.) Quizá por eso
sería bueno, aprender a sentir el amor de Dios, hablar de ello y predicarlo más a
menudo. Amar, parece, es el resumen de los Mandamientos. Y ese amor nos
obliga a abrir nuestra mente, para poder, incluso, amar a los enemigos. Y a
perdonar sin límites. Y a compartir nuestro tiempo y nuestros bienes con los
hermanos. Incluso, a morir por ellos. De esto no se dice nada expresamente en
los Diez Mandamientos, pero es la consecuencia de la ley del Amor, con
mayúscula. Si debemos tener un corazón lleno de amor, como el Padre, y si
debemos darnos en todo momento, ¿quién va a querer robar, engañar, matar,
convertirse en adúltero…? Todo eso va en contra de la Ley del Amor.
Muchos creyeron en Él. Nosotros, también. Pero no todos creyeron por los
motivos correctos. Algunos, al ver los milagros que hacía, no prestaron atención
a nada más. Les bastaba el poder comer de esos panes y de esos peces
“milagrosos”. Cuando llegó el momento de la verdad, el de subir a Jerusalén, lo
abandonaron. Nosotros también nos llamamos cristianos, seguidores de Cristo.
Hermano Templario: ¿Prestamos atención a su mensaje, o nos quedamos en
lo externo? ¿Le seguimos porque nos relaja, o es simplemente una costumbre,
o tenemos miedo de que nos pase algo, si no “vamos a misa”? La fe adulta no
precisa de signos, amenazas o supersticiones. Al adulto en la fe le vale la
Palabra de Jesús, y eso debe llevarle a vivirla con intensidad en el mundo y a
anunciarla en medio de los hermanos.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: