Cada Adviento es una oportunidad para revisar la propia vida. Es un tiempo de
esperanza, un recorrido espiritual, interior, para vivir con intensidad la presencia
de Dios en medio de nosotros. Eso es la Navidad. Y el Adviento nos prepara,
nos ayuda a tomar conciencia, a romper el ritmo ordinario y ponernos en alerta,
en vigilancia, porque Dios va a venir a nuestras vidas, una vez más, a ver si de
una vez por todas consigue hacerse un hueco en nuestro duro corazón. Y no
queremos que nos encuentre dormidos, ¿verdad?
El Adviento es uno de los tiempos fuertes de la Liturgia. La Iglesia nos prepara
así para vivir mejor la Navidad, como pasa con la Cuaresma, antes de la Pascua.
En este tiempo fuerte sería bueno recurrir con mucha más frecuencia a la
Palabra de Dios, que está siempre disponible. Y que esa Palabra de Dios nos
fuera guiando por el camino hacia Belén.
Es hoy un día importante: ¡comienza el año litúrgico! Deberíamos
entusiasmarnos ante esta magnífica organización de nuestro tiempo. En ella se
reflejan una historia que ha durado siglos, y en la cual nuestro Dios ha hecho
mención de sí hasta extremos inimaginables. El año litúrgico es como un breve
itinerario simbólico en el que recorreremos la historia entera de la humanidad.
Es como un libro de 365 páginas, que iremos pasando día a día para que Dios
nos hable como en otros tiempos.
Al introducirnos en este tiempo de esperanza y conversión, el Evangelio nos
confronta con la exigencia cristiana de la vigilancia. “Levantad la cabeza… Estad
alerta… Estad despiertos…” La vigilancia es tema fundamental en la predicación
de Jesús, como actitud para reconocer su presencia, a veces silenciosa o
desconcertante, en los acontecimientos de nuestra vida.
También el evangelio de hoy es complicado. Se nos recuerda que llega la
liberación. Después de haber hablado del asedio a Jerusalén, el evangelista
Lucas nos recuerda la segunda venida del Salvador. Lo hace con un lenguaje
propio de su tiempo, apocalíptico, o sea, revelador. A nosotros nos toca releer
esas señales del mundo natural en el proceso de la historia que nos toca vivir,
porque ahí se manifiesta el Espíritu.
El mensaje de Cristo no evita los problemas y la inseguridad, pero nos muestra
el camino para superarlos. Porque nosotros tenemos los mismos motivos para
preocuparnos que los no creyentes, pero ser cristiano supone tener una actitud
distinta y, por tanto, reaccionar de manera diversa. Esa actitud se apoya en la
esperanza que nos da la fe en las promesas de nuestro Dios, que nos permite
descubrir el paso de Dios por el drama de la historia. La actitud a la que nos
invita el Adviento es a intentar descubrir al Cristo que viene en el mundo actual
y a vivir los problemas como algo necesario para la liberación total, que pasa por
la cruz.
Hermano templario: Estemos atentos, Porque Cristo nace cada día. Viene por
mil puertas, de mil formas. Y viene trayendo los regalos y las bendiciones de
Dios, Acojámoslo. No hace falta salir a su encuentro, Él nos visita. Y cuánto
quisiera que le abriéramos la puerta.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: