Lunes 11 Nuestra Señora de Lourdes. Domingo 17 Siete Santos fundadores de los Servitas.
El mensaje de Jesús concentrado en pocas palabras y expresiones. Profundo y exigente.
El evangelio lleva ya varios días diciéndonos “el que tenga oídos que oiga” o como dice el refranero español, “a buen entendedor pocas palabras bastan”.
Estamos ante un discurso y mensaje claro, sencillo, transparente, y sin embargo nos resistimos a entenderlo, o más bien a aplicarlo. ¿Por qué somos tan tozudos y seguimos negando el mensaje de Jesús?
A pesar de la claridad del mensaje de Jesús, seguimos queriendo pertenecer al segundo de los grupos. Sólo pensamos en nuestro bienestar actual, no en el mañana, como si no creyéramos en una vida posterior. ¿Creemos realmente en el mensaje de Jesús?
En aquél, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, os excluyan, os insulten y proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.
Jesús hace un llamamiento a la humanidad. Pone en primer lugar a los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos…. Vamos, en una palabra, a todos aquellos en los que no nos quisiéramos ver reflejados
Estamos ante una separación entre dos grupos. Una sociedad dividida entre unos y otros. Hasta hoy se mantiene la indiferencia y desprecio de los ricos hacia los pobres, crece el número de vulnerables, las diferencias son mayores. Da la impresión de que la sociedad está de espaldas a Dios.
Padre, nos has transmitido en innumerables ocasiones tu predilección por los más pobres, pero la verdad nos cuesta entender tu mensaje. ¡Con lo fácil que resulta estar del lado de los ricos, de los que ríen, de los poderosos, de los reconocidos!
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: