Día 8 La Inmaculada Concepción, día 10 Ntra. Sra. De Loreto, 12 Ntra. Sra. de Guadalupe y 13 Sta. Lucía
Día 8 Inmaculada Concepción de Sta Mª Virgen. En esta festividad celebramos el dogma de fe proclamado por el papa Pío IX en el año 1854, de la limpieza de cuerpo y alma, la pureza de nuestra madre, la madre de Jesús,. Si bien nació de padres humanos, Dios la preservó del pecado original y del pecado humano para que pudiera ser la madre del Hijo de Dios, Jesucristo.
Estamos en tiempo de Adviento. Tiempo de reflexión y preparación. Ya lo dijo el Señor, quien no vuelva a nacer no verá el reino de los cielos. Reflexionemos. El mundo que veo, mi reacción ante acontecimientos, mi forma de pensar y ver las cosas, son el resultado de aplicar mi pasado, mi formación, mi educación, valores, etc… a esos acontecimientos. De ahí que surjan, en la medida que sean más o menos afines a mí, sentimientos de amor, comprensión, solidaridad, o de odio, de ira o de venganza. Lo que ocurre en el mundo son hechos objetivos, y los humanos los interpretamos y vemos con los ojos de nuestro bagaje, que suele ser muy pesado, y los hacemos subjetivos. Es por eso que cada uno vemos las cosas de una manera, pensamos de una manera, y reaccionamos de una manera. Por eso somos distintos en lo religioso, político, cultural etc…En este tiempo de Adviento pensemos que nada de lo que veo es como yo lo veo, que lo que veo está condicionado, e intentemos ver todo con los ojos de Jesús. Cómo vería Él esta situación, cómo reaccionaría, qué pensaría, sería comprensivo, paciente, misericordioso, amable e invitaría a compartir o sería violento, rencorosos, excluyente, vengativo, impositivo con sus creencias. Ver los acontecimientos y el mundo con los ojos de Dios y actuar tal como Él, es volver a nacer y descubrir el Reino de los cielos aquí en la Tierra. Esa forma de ver el mundo nos dará paz, ya que incluso en desacuerdo estaremos dispuestos a perdonar.
Catecismos de la Iglesia Católica. Primera parte: La profesión de la Fe. Primera sección: Creo – creemos. Capítulo Tercero: La respuesta del Hombre a Dios. Creo.
28. ¿Cuáles son las características de la fe? (153-165) (179-180) (183-184)
La fe, don gratuito de Dios, accesible a cuantos la piden humildemente, es la virtud sobrenatural necesaria para salvarse. El acto de fe es un acto humano, es decir un acto de la inteligencia del hombre, el cual, bajo el impulso de la voluntad movida por Dios, asiente libremente a la verdad divina. Además, la fe es cierta porque se fundamenta sobre la Palabra de Dios; «actúa por medio de la caridad» (Ga 5,6); y está en continuo crecimiento, gracias, particularmente, a la escucha de la Palabra de Dios y a la oración. Ella nos hace pregustar desde ahora el gozo del cielo.
29. ¿Por qué afirmamos que no hay contradicción entre la fe y la ciencia? (159)
Aunque la fe supera a la razón, no puede nunca haber contradicción entre la fe y la ciencia, ya que ambas tienen su origen en Dios. Es Dios mismo quien da al hombre tanto la luz de la razón como la fe. «Cree para comprender y comprende para creer» (San Agustín)
Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino para dar testimonio, como testigo de la luz, para que todos creyeran por él. Aunque no fuera él la luz, le tocaba dar testimonio de la luz. Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén para preguntarle: "¿Quién eres tú?". Juan lo declaró y no ocultó la verdad; "Yo no soy el Mesías". Le preguntaron: "¿Quién eres entonces? ¿Elías?" Contestó: "No lo soy" Le dijeron; "¿Eres el Profeta?" Contestó: "no". Entonces le dijeron: "¿Quién eres entonces?". Pues tenemos que enviar una respuesta a los que nos han enviado. "¿Qué dices de tí mismo?" Juan contestó: "Yo soy, como dijo el profeta Isaías, la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor." Los enviados eran del grupo de los fariseos, y le hicieron otra pregunta: «¿Por qué bautizas entonces, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Les contestó Juan: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno a quien ustedes no conocen, y aunque viene detrás de mí, yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia.» Esto sucedió en Betania, al otro lado del río Jordán, donde Juan bautizaba.
Juan es el precursor de Cristo, el enviado por Dios para ser testigo de la Luz y preparar a los hombres ante la llegada de Jesús. Su misión es preparar a los hombres para que estén expectantes y crean y acojan al Señor.
En la medida que me acerco a Cristo me acerco a la luz, y para ello debo acercarme a su Palabra. Una vez iluminado por su palabra, mi misión es iluminar a otros, invitando a que escuchen su palabra.
Señor, nos pides que seamos luz. Que al igual que Juan, anunciemos tu mensaje a los demás, seamos valientes en tu proclamación, pero a la vez que no seamos protagonistas, sino que como Juan, enseñemos el sendero y nos apartemos para que otros te sigan.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: