Octava semana. Por fin comenzamos una nueva etapa. Todo el mundo dice que esto va a suponer un antes y un después en la humanidad. Toda la sociedad se plantea que algo está cambiando, o algo debe cambiar en el planeta.
El desarrollo industrial y tecnológico híper acelerado nos lleva a pensar que acabaremos con una superpoblación, agotamiento de los recursos naturales, contaminación, desastres naturales y lo que es peor, con una lucha de hegemonía por el poder militar y económico que puede llevarnos a la destrucción del planeta. Hemos sido testigos de cómo un virus ha puesto en “jaque” a todo el planeta, y que como éste, hay cientos de virus mortales que podrían acabar con la vida del ser humano. La nueva era ya está aquí y es la que debemos anunciar a los que quieran entenderla. Los albores de una nueva humanidad. Un crecimiento sostenible, un cuidado de la naturaleza, un reparto más justo de la riqueza, una mayor solidaridad versus egoísmo, humildad versus soberbia, un mayor respeto por el ser humano, una sociedad con valores etc… Es el anuncio de la Buena Noticia del retorno del Reino de Cristo que cambiará nuestras vidas y las del planeta. Él es la solución, Él es el camino.
Casualmente y coincidiendo con esta nueva etapa, el texto evangélico de esta semana nos menciona la “Parusía” del Señor, es decir, su retorno.
“Me voy a preparar vuestra estancia en el cielo, y volveré a por vosotros… ¿Y cómo sabremos el camino? Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida… El que crea en mí hará las mismas obras que yo, incluso mayores”.
Las palabras de Jesús son claras. Su mensaje es nuestra guía y camino a poner en práctica desde ya y debe de dirigir nuestros pasos hacia un nuevo orden mundial, que será esa obra mayor que Él nos anuncia. Es el Reino de Dios. Preguntémonos, como Caballeros Templarios, si estamos dispuestos a dar esta batalla.
Jesús dijo: "No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino". Entonces Tomás le dijo: "Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?" Jesús contestó: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta". Jesús le respondió: "Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto, o si no, créanlo por las obras mismas. En verdad les digo: El que crea en mí, hará las mismas obras que yo hago, y como ahora voy al Padre, las hará aún mayores."
Jesús nos dice que se va al Padre a prepararnos una estancia junto a Él. Este mensaje deja a sus discípulos en una situación complicada. Perseguidos, criticados, asustados, incrédulos y sin su líder. Es por eso que les dice que crean en Él y en Dios.
Este evangelio me dice que en ocasiones me cuesta seguir los pasos de Jesús, al igual que a los discípulos, cuando no lo ven. Jesús me dice y me pide que continúe la obra que Él ha comenzado, aunque no le vea. Me pide que haga visible a Cristo invisible. Me dice que si creo en Él haré las mismas obras que Él, pero en el fondo soy incrédulo. Ni tan siquiera me atrevo a intentarlo. Tiro la toalla sin empezar.
Padre Tú eres nuestro camino y nos recalcas que somos colaboradores necesarios en la implantación de tu reino. En estos momentos podemos volver a salir a la calle y empezar una nueva vida marcada y dirigida por tu mensaje y destinada a proclamar tu mensaje, a hacer obras como Tú las hiciste, y proclamar a Cristo invisible. Hemos podido comprobar cuántas cosas son superfluas en nuestra vida, y nos esclavizan, y con qué poco podemos vivir. Hemos descubierto lo esencial, la pobreza en su aspecto espiritual. Peleamos contra un enemigo invisible que siembra enfermedad, muerte, desesperación, angustia, ansiedad, miedo, y supone renuncias, humildad, impotencia… Nos creemos dioses y dueños de nuestro destino, y esta pandemia nos enseña lo débiles y frágiles que somos y cómo un minúsculo virus condiciona toda nuestra existencia, y es capaz de cambiar el futuro de la humanidad.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: