Esta semana el evangelio nos obliga a reflexionar, analizar y profundizar sobre nuestra fe, nuestra vocación, o más bien el origen de nuestra llamada.
Al igual que en el evangelio de Juan, donde Jesús elige a sus cinco primeros discípulos, de diversas formas, esta semana nos recuerda cómo Jesús elige a cada uno, y así a Pedro lo elige como pescador de hombres.
En el evangelio de Juan vemos cómo los tres primeros discípulos, Juan, Andrés y Simón van espontáneamente hacia Jesús, mientras que Felipe y Natanael necesitan la llamada personal y directa de Jesús. Incluso Natanael precisa de una manifestación de autoridad y del poder de clarividencia de Jesús.
Esta manera de adherirse a Jesús debe hacernos reflexionar sobre el origen de nuestra creencia en Jesús. ¿Hemos descubierto a Jesús y hemos decidido seguirle?, ¿nos han educado desde niños y hemos interiorizado nuestra creencia sin cuestionarnos su causa u origen? ¿A raíz de algún acontecimiento hemos sentido la presencia de Jesús y su llamada? ¿Acaso hemos necesitado una manifestación de autoridad, por algún acontecimiento personal vivido, que nos ha hecho creer en Jesus? ¿Por qué he decidido ser caballero templario? ¿Cuál es el origen de mi vocación?
En aquél tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca. Respondió Simón y dijo: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: Señor, apártate de mí, que soy hombre pecador. Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Las dos lecturas y el evangelio de esta semana, Isaías, San Pablo y San Pedro, nos revelan tres experiencias distintas de encuentro con Jesús. El primero siente una llamada para ser testigo de la palabra de Dios, el segundo tras una experiencia y visión quiere transmitirlo y contagiarlo y el tercero es elegido directamente por Jesús.
La Palabra de esta semana nos interpela a reflexionar sobre nuestra propia experiencia de Dios. El encuentro que nos lleva a dejar todo por Él y relativizar todo. El encuentro que nos da impulso, alegría, ganas de vivir, compartir, proclamar su mensaje
El Padre nos ha elegido, mirado y llamado para seguirle y ser sus discípulos.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: