¡Ha resucitado el Señor! Es para lo que nos hemos estado preparando durante
toda la Cuaresma. Para esto hemos acompañado a Jesús en la Última Cena,
en la Cruz y en el sepulcro. Es el final de un camino, y el comienzo de otro,
nuevo, lleno de esperanza..
Cuando estábamos más a gusto con Jesús, se nos muere. Parece el final del
camino. Pero sólo lo parece. No lo es. Perdemos la esperanza, la ilusión, porque
únicamente vemos la tumba vacía. Y en las tumbas, generalmente, huele mal.
Nos preguntamos, como las mujeres, “¿quién nos quitará la losa del sepulcro?”, .
Pues la celebración de hoy nos recuerda que no tenemos nada que hacer en el
sepulcro, que no hay que llorar más, porque todo es nuevo. Los hechos que
recuerda Pedro en la primera lectura no fueron meras imaginaciones. Ocurrieron
de verdad. Y la resurrección confirmó esas palabras y esos hechos de Jesús. Ya
no queda espacio para la pena, porque Dios nos sonríe, por medio de Cristo, el
Resucitado. Al final, todo se coloca en su lugar. La tristeza del Viernes Santo se
torna en alegría. Lo que parecía imposible, lo que se vivía como un fracaso, se
convierte en una victoria impensable para el hombre, pero posible para Dios..
Y hoy también se nos recuerda que renace la esperanza, porque Cristo nos la
ha devuelto. Todo puede volver a empezar. Y mejorar. Puedes creerlo, porque
todos los signos se han cumplido, ya nunca más estarás solo, porque el Señor
va contigo, te acompaña y te sostiene, te recuerda que tienes otra oportunidad,
y que nada te puede detener. Ni siquiera la muerte..
Cristo tomó todos los pecados del mundo sobre sus hombros, y con ellos murió.
Al volver a la vida, los dejó allí abajo, en el sepulcro. El Padre nos ha perdonado,
perdónate tú también. Y perdona a los que te han ofendido. Sé un instrumento
de la paz y el perdón de Dios..
Vivimos tiempos difíciles. Es fácil sentir miedo, sobre todo cuando vemos cómo
el terrorismo golpea donde menos nos lo esperamos, o las guerras no acaban.
Y la enfermedad nos ronda, a nosotros o a nuestros conocidos. Pero en el
corazón del creyente no hay lugar para el temor. Porque Dios está con los
hombres. Todo lo que nos puede dar miedo, causar temor, lo podemos superar.
Ríete de tus miedos, incluso de la muerte, porque te podrán hacer daño, podrás
sufrir, pero no podrán contigo. Porque ni la muerte pudo con Cristo. Ya se
preocupó Dios de ello. Ya se preocupa Dios por cada uno de nosotros. El amor
es lo que tiene. Se te quiere, aunque no lo sientas siempre, aunque creas que
no te lo mereces, aunque no lo sepas. Vete y haz tú lo mismo..
Los Apóstoles pudieron ser testigos porque compartieron con Él la vida, el
camino, el pan y el vino, todo. No se convirtieron en testigos por ser del todo
perfectos, sino por esa experiencia de haberse sentido amados por el Señor. Por
eso pudieron comunicarla a todos los que andan buscando la Verdad..
Hermano templario: Nosotros somos de los suyos, por eso estamos aquí. Que
sepamos ser también testigos fieles. A pesar de no ser perfectos. Como los
Apóstoles. ¡Ha resucitado el Señor!
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NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: