“Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y los profetas. Jesús en estas frases es que equipara, declara semejante
al mandamiento de amar a Dios el mandamiento de amar al prójimo. Es decir,
que nadie puede amar cristianamente a Dios si no ama cristianamente al prójimo
y nadie puede amar cristianamente al prójimo si no ama cristianamente a Dios.
Las palabras “amor” y “amar” se emplean y se han empleado con múltiples
significados en nuestra vida cotidiana. Por “amor” o “desamor” se puede matar y
salvar, construir o destruir, ser feliz o desgraciado. Por eso, es necesario, cuando
los cristianos hablamos de amor, añadir a esta palabra el adjetivo “cristiano”.
En este caso, al decir: amar la Ley entera, se refiera a la Ley judía expresada
principalmente en los libros bíblicos que componen el Pentateuco. Esto lo hacían
escrupulosamente los fariseos, a los que Jesús tantas veces criticó. Se trata,
pues, de amar también y cumplir lo que dicen los profetas bíblicos. A muchos
profetas bíblicos: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, etc. los persiguieron y a
algunos los mataron judíos que se creían fieles cumplidores de la Ley. Los
profetas exigen no sólo cumplir la letra de la Ley, sino cumplir con el verdadero
espíritu a la Ley, que no es otro que amar cristianamente a Dios y al prójimo. Es
en este sentido en el que debemos preguntarnos nosotros, los cristianos, ahora,
y los templarios como brazo de Jesús: ¿cumplimos el mandamiento principal
de Jesús, su evangelio, fijándonos no sólo en la letra, sino en el espíritu de lo
que dice? La ley de Jesús, su mandamiento nuevo y principal, es amar a Dios y
al prójimo como él nos amó. Si cumplimos no sólo literal, sino también
espiritualmente, este mandamiento hemos cumplido la ley entera y los profetas.
Esto dice el Señor: no oprimirás al forastero…, no explotarás a viudas y a
huérfanos…, si prestas dinero a mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no
serás con él un usurero cargándole intereses… Estos mandamientos de la ley
de Dios, contenidos en el llamado “Código de la Alianza”, nos muestran
maravillosamente el corazón de un Dios justo y misericordioso. Sí, nuestro Dios
es compasivo y misericordioso, que se erige en juez imparcial con un amor
preferente hacia los más pobres y marginados. Este debe ser siempre nuestro
camino, el camino cristiano: amar a todos cristianamente y atender
preferentemente a los que más lo necesitan. Los cristianos no debemos apostar
siempre por los más fuertes y poderosos, sino mirar con especial predilección a
los más débiles y marginados de la sociedad donde vivimos. ¿no es esto al fin
y al cabo nuestro carisma de socorrer y defender a los peregrinos?
Hagamos un esfuerzo para ayudar como mejor sepamos y podamos a estas
personas que, por las circunstancias que sea, se encuentran en los márgenes
más apartados y olvidados de la sociedad. Ya sabemos que no es fácil, pero,
como digo, que cada uno ayude como mejor sepa y pueda.
Desde vuestra comunidad, la Palabra del Señor ha resonado no sólo en
Macedonia y Acaya, sino en todas partes. Ya quisiéramos nosotros, los cristianos
de hoy, que san Pablo pudiera decirnos a nosotros estas palabras que dirige, en
esta carta, a los primeros cristianos de Tesalónica. Porque muchas veces
nuestra fe es anodina, se queda dentro de los muros del templo, sin resonancia
en el mundo exterior. Y, sin embargo, la fe cristiana, nuestra fe, debe ser
elemento de evangelización exterior, llegar y contagiar a los de fuera. Algo de
esto quiere decir el Papa Francisco cuando habla una y otra vez de la necesidad
de que la Iglesia de Cristo sea siempre una Iglesia en salida. Esto,
evidentemente, muchas veces no es fácil, debido a nuestras condiciones muy
limitadas por la edad y por nuestro estilo de vida. Pero debemos intentarlo, al
menos dentro de nuestra familia, amigos y personas más cercanas. Si la Iglesia
de Cristo debe ser siempre una Iglesia evangelizadora, procuremos ser también
cada uno de nosotros evangelizador, en la mejor medida que podamos y
sepamos. En esto consiste ser TEMPLARIOS en el mundo de hoy.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: