En Pentecostés celebramos el nacimiento de una Iglesia que no se está quieta,
ni a la defensiva, ni siquiera protegida, sino que es CAMINANTE, QUE
SALE al encuentro de las gentes. El Espíritu siempre zarandea y nos
desequilibra: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?"
Jesucristo, el hombre sobre el que había reposado el Espíritu en el día de su
bautismo, había «SALIDO» del Padre, para cumplir una tarea. Y por eso mismo
encarga a sus discípulos: "COMO EL PADRE ME ENVIÓ, YO OS
ENVÍO". Su Espíritu nos quiere fuera, en medio de los hombres, con ellos.
La Iglesia recibió, como primer regalo, EL FUEGO. Jesús había anunciado
que venía a traer fuego a la tierra, y que estaba deseando que ardiese.
Los apóstoles recibieron unas llamaradas que les prendieron el corazón. Ya
sabemos que el fuego purifica, libera de escorias, quema desde las raíces el
orgullo, la vanidad, los adornos. No dice Lucas que los apóstoles se llenaran la
cabeza de ideas, discursos, ritos, o mensajes. Lo que les pasa es que se
convierten en apasionados, y como el fuego, peligrosos, incontrolables,
imprevisibles, ardientes (arden en caridad).
La Iglesia, tan pronto como recibe el soplido del Espíritu, y se deja encender
por el Fuego, tiene una PALABRA QUE DECIR y que todos pueden entender.
Uno de los frutos del Espíritu es saber captar el lenguaje del otro, saber
escucharle, comprenderle, y desde ahí, hacernos entender. Así puede decirle a
cada hombre lo que necesita y debe escuchar. Consiente que cada persona
sea como es, sin intentar hacerla en serie, etiquetarla, pasarla por el aro,
cambiarle las ideas, o provocar sentimientos de culpa...
El lenguaje de la Iglesia animado por el Espíritu es el que habla al corazón del
hombre. Un lenguaje universal, que todos entienden, porque todos entienden
del amor, de la vida, de la reconciliación, de la fraternidad... "¿Cómo es que
cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua
nativa?".
Las cenizas que nos impusieron al comienzo de la Cuaresma nos recordaban a
qué nos reducimos cuando el Fuego se apaga. Y el Fuego de la Vigilia Pascual
subrayaba que a Jesús ha presentado como la Luz, la Lámpara, la Sal que
quema, el Camino que andar. Después de celebrar estos 50 días de Pascua
debiéramos haber quedado todos un poco más abrasados, ardientes, y
encendidos, habernos movido. Ya sabéis que el fuego tiende a propagarse, a
contagiarse, a crecer.
Así que hoy es un día estupendo para revisar nuestra fe: si vamos guiados por el
Viento. Si andamos quemando y encendiendo corazones. Si tenemos palabras que
hablen al corazón de los hombres, o nos hemos apuntado a calentar los oídos y las
cabezas de los hombres con mucha palabrería... callándonos lo principal y olvidando
los hechos, los actos.
Hermano Templario: Estaría bien que repases y ores con la secuencia de
Pentecostés... para que recuerdes (pases por el corazón) cuál es la acción del Espíritu
en nosotros, en ti mismo. Y pidamos por los que han salido elegidos en nuestras
ciudades, pueblos y comunidades, para que trabajen por la convivencia, el progreso y
el bienestar, especialmente de los más necesitados.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: