Todo negro lo veían los exiliados de la primera lectura. En el exilio, sin templo ni sacerdotes, reducidos a un mínimo resto, están deprimidos, y no ven salida. Y donde la mayoría sólo ve el final, el profeta Jeremías les hace mirar a esa situación de una manera completamente diferente.
De ese resto, aparentemente estéril, sin futuro, el Señor va a hacer el mejor de los pueblos. El material, desde luego, no es de los mejores: ciegos y cojos, preñadas y paridas. Nadie se atreve a apostar por el éxito del viaje: con gente así no se va muy lejos, no se camina rápido. Su condición es desesperada: son ciegos, incapaces de orientarse, tullidos que no pueden moverse, mujeres agobiadas por el embarazo o afligidas por dolores de parto. Solo un milagro del Señor puede llevar a la meta a un grupo de gente en esas condiciones. Él ama a todos, aunque esos “pobres de Yahvé” le atraen especialmente. Con ese material, renacerá el pueblo de Israel. El llanto se convertirá en alegría, porque, con la protección del Señor, volverán a la tierra de la que habían sido deportados. Como nos recuerda el salmo de hoy, “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
Si nos sentimos pequeños, porque delante de Dios lo somos, esta lectura también se dirige a nosotros. Como de Israel, nuestro Padre también se ocupa de nosotros.
Pero los Discípulos siguen preocupados por lo suyo. Están ciegos para ver más allá de su propio mundo de intereses y ambiciones. Por eso, este Bartimeo es un verdadero modelo para los Doce. Lo confiesa como hijo de David, le pide ayuda, recobra la vista y se transforma en un ferviente seguidor. Ese encuentro con Cristo se convierte en el primer paso hacia la luz. Como siempre, no es fácil. Hay que superar obstáculos, en este caso, los mismos acompañantes de Cristo, que demuestran su ceguera, al intentar impedir que se acerque al Señor.
Quizá lo mismo siga sucediendo hoy. Tendríamos que revisar si de verdad hemos entendido a Jesús, o si todavía nos falta luz para ver las necesidades de la gente que está a nuestro alrededor. Comprobar nuestra sensibilidad frente al grito del pobre que gime y pide ayuda, por ejemplo. ¿Escuchamos al que se tambalea porque no ve la luz, o fingimos no oírlo? ¿Lo silenciamos, quizá porque tengamos otras cosas más importantes que hacer? El que cree que hay algo más importante que detenerse, escuchar, comprender y ayudar a quien desea encontrarse con el Señor, éste, incluso si cumple a la perfección todas las prácticas religiosas, sigue estando ciego.
Nosotros, discípulos más o menos veteranos, podemos ser también de los que no comprenden al Señor. No comprendemos su silencio, cuando lo invocamos y Él parece no oírnos. Nuestras peticiones no siempre van en la línea de lo que él quiere darnos. Lo que deberíamos pedir en el fondo es que nos dé la luz y el coraje para poder seguirle, y hacerlo hasta el final. El resto de cosas pueden ser ambiciones, que no nos convienen, o son pobrezas, personales o colectivas, que hemos de saber asumir y con la que tenemos que reconciliarnos, para ser compañeros de camino de Jesús.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: