Eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos Este fragmento corresponde al prólogo de la 1ª carta atribuida a S. Juan, por su gran similitud con el cuarto evangelio del que es autor; a los discípulos suyos que, a su sombra, vivieron las enseñanzas de este apóstol que vivió junto a Jesús, y que se le conocía como el discípulo al que el Señor tanto quería. Es una autentica declaración de intenciones, pues ni más ni menos, quieren anunciar y compartir aquello que vivieron, vieron y palparon junto al Maestro, y quieren hacerlo invitando a los lectores a entrar en comunión con ellos y, por supuesto, con el Padre y su Hijo Jesucristo. Juan pretende que esa alegría del la “Buena Noticia de Jesús”, que a él y sus compañeros supuso un cambio radical en sus vidas, transmitirla a todos aquellos que, como hijos de Dios, puedan ser partícipes del anuncio del Reino que trajo consigo Jesucristo, a quien reconoce como la “Palabra que se hizo vida” y que ya existía desde el principio, y que la “vida se hizo visible” para todos. Juan hace, con su anuncio, lo que nos dice el salmo 96: “Alegraos justos con el Señor”, como se alegra la creación entera al ver que el trono del Señor está sustentado por la justicia y el derecho. El otro discípulo corría más que Pedro, y llegó antes al sepulcro El comienzo del capítulo 20 del evangelio de Juan, nos relata la glorificación de la resurrección de Jesús. El anuncio de María, la de Magdala, a Pedro y Juan, de que había desaparecido el cuerpo de Jesús, pues había acudido al sepulcro cuando aún estaba oscuro, y se había encontrado la losa que lo cubría quitada, les supuso un choque emocional importante. Los discípulos salen corriendo hacia el sepulcro en ese momento, el miedo que los mantenía escondidos pasó a un segundo plano, era más importante la terrible duda que les había supuesto el anuncio de María. Juan, aquí identificado como “el otro discípulo, a quien Jesús amaba”, como era más joven que Pedro, se adelantó y llegó antes al sepulcro, se asomó pero no entró, Pedro, más impulsivo, al llegar entró inmediatamente y vio los lienzos por el suelo, pero el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, enrollado en un sitio aparte; entonces Juan se atrevió a entrar y en ese momento creyó, es decir, se iluminó su mente y comprendió lo que el Maestro les había dicho varias veces, que tenía que morir, pero que resucitaría de entre los muertos. Pedro y Juan, que junto a Santiago su hermano, habían vivido los momentos más importantes de la vida pública de Jesús, no entendieron hasta ese momento en qué consistía la misión del Resucitado, con su venida al mundo y su vida entregada al anuncio del Reino de Dios, y su entrega en la cruz por nosotros. ¿Somos conscientes que Jesús nos pide transmitir la alegría del evangelio a los demás? ¿Necesitamos un “choque traumático” para creer? ¿Nuestra fe se edifica en una confianza total en la misericordia de Dios?
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: