Ser discípulo es difícil, e incluso arriesgado. No pocos han pagado con su vida -
lo más importante que tenemos- por mantenerse fieles a Jesús. Y por eso
advertía Jesús: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo».
Cuando uno se toma en serio lo de ser discípulo, será fácil que se encuentre
con la incomprensión, la burla, la sensación y la experiencia de estar remando
contra corriente, de ser un bicho raro en medio de la sociedad, e incluso que te
hagan el vacío hasta los tuyos. ¿Por qué si no, tantos se guardan la fe en lo
escondido, como si fuera una especie de secreto o asunto privado, y tienen
miedo de proclamar su fe, o la «adaptan» a lo que hace y piensa la mayoría
para ser «modernos», y no tener problemas o no desentonar?
Fijaos en Jeremías: un tipo sensible, delicado, apasionado, un poco
sentimental y hasta poeta, muy encariñado con su tierra y con su gente.
Procura vivir tranquilo y llevarse bien con todo el mundo. Y Yahveh se mete por
medio y le encomienda una palabra cortante, que quema, que echa por tierra
las seguridades, que denuncia y amenaza. Antes siquiera de haber intentado
anunciar ese mensaje, ya se siente mal. No le va ir de aguafiestas, de pájaro
de mal agüero. Y cuando por fin se ponga a ello, le van a venir encima
calumnias, acusaciones, denuncias, persecuciones (incluso de sus parientes y
amigos)...
Cuando Dios se empeña en sacudir la tranquilidad de cualquiera, se
acaba esa vida sin sobresaltos y complicaciones que tan esforzadamente
procurábamos llevar. Suena bonito eso de que Dios está con Jeremías «como
fuerte soldado», pero no parece que le amortigüe los golpes que le toca
recibir.
Claro que al propio Hijo de Dios le ocurrió algo parecido, y el Padre
Dios no corrió para librarle de la Cruz, ni fulminó como escarmiento a sus
verdugos, ni hizo perder el puesto a los Sumos Sacerdotes y autoridades
políticas que lo condenaron. Ante Cristo crucificado descubrimos a un Dios
«impotente», débil, que no se hace respetar, que se limita a seguir amando y
esperando.
Por tanto, que nos quede claro que no se trata de espantar el miedo
porque Dios nos vaya a resolver las dificultades. Ni Dios tiene la culpa de que
se nos caigan los pelos de la cabeza, ni de que un gorrión acabe vendido en un
puesto del mercado. Nosotros quisiéramos un Dios escudo, pararrayos, refugio
blindado, acolchado para amortiguar los golpes, un Dios que haga de
impermeable... Pero como esto no suele ocurrir, acabamos prescindiendo de Él
y de sus llamadas. Entonces, ¿dónde hay que buscar el motivo para que no
temamos, visto lo que «hace» Dios? Jesús se atrevió a decir que la felicidad
está en confiar fielmente en Dios.
Hermano Templario: ¿Cómo andamos de confianza en Dios? ¿creemos
que Dios está con nosotros también cuando las cosas nos van mal o no
salen según nuestros planes? ¿somos capaces de abandonarnos en sus
manos y repetir con el corazón lleno: non nobis Domine, non nobis…..?
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: