A uno que estudió Derecho por vocación, eso de pagar a todos igual, aunque hayan
trabajado de modo muy distinto, le suena raro. Desde el punto de vista humano, parece
injusto, como poco. Pero... Porque en las cosas de Dios siempre hay un pero.
Mis planes no son vuestros planes, nos dice el Señor en la primera lectura. Igual que la
contabilidad de Dios no es nuestra contabilidad. Lo vimos la semana pasada, con las
setenta veces siete, o sea, el perdón infinito de Dios, sin motivo aparente. Sólo por amor. Y
lo volvemos a ver hoy. Hay que aprender a contar según las matemáticas (y la lógica) de
Dios.
El trabajo en la viña no es cosa fácil. Hay que estar inclinado, te cortas las manos con los
sarmientos, te cansas, sudas… El que estuvo desde las siete de la mañana se ganó con
creces el jornal. Parece normal que esperara más que el que no tuvo tiempo casi ni de
cansarse. Aunque se pusieron de acuerdo todos en un denario.
El plan del señor de la viña era tener ocupados a todos los jornaleros. Muestra
preocupación por los desempleados, sale a diversas horas, busca que todos estén
trabajando. Y sigue saliendo hoy a buscarnos. A todos. Personalmente.
Algunos llevamos en las cosas del Padre muchos años. Bautizados de pequeñitos, en un
país católico, de Misa dominical, con sacramentos regularmente, se puede decir que
somos de los que llevan en la viña desde la primera hora. Con todos los derechos
adquiridos, como quien dice. Varios trienios. O quinquenios. Somos de los que podríamos
mirar a los demás por encima del hombro.
Pero resulta que, muchas personas han llegado a la viña a última hora. Y yo no soy quién
para juzgar sus méritos. Ni para pensar que tengo más o menos derechos. En muchos
aspectos, su entusiasmo es mayor. Descubren la Biblia por primera vez, la leen con
sorpresa e interés, la Misa no es algo rutinario que se saben de memoria, se alegran de
ver a la gente todos los domingos… Nosotros, los de la primera hora, ya lo hemos oído
todo, tenemos a la gente muy vista y repetimos palabras de memoria.
Si algo nos enseña Jesús es a mirar a todos por igual. A acercarse a todos. A los que nos
parecen buenos y a los que nos parecen malos. Sobre todo, a estos últimos. Si somos
capaces de compadecernos, de padecer con los otros, de ponernos en su lugar, de mirar
al mundo con los ojos de los demás, estaremos algo más cerca de Cristo. Seremos algo
más como Dios.
Cuando has experimentado lo que significa que te amen incondicionalmente, puedes
entender mejor porqué hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno
mismo. Y, si te sigue costando, repite el estribillo del salmo: cerca está el Señor de los que lo
invocan. Que no tengamos envidia del amor de Dios.
Decíamos la semana pasada que el perdón, como la fe, es un don, inmerecido. Esta
semana, vemos que la recompensa de Dios es un don, un regalo inmerecido y, además,
es igual para todos. Sólo los testigos de ese Dios, que es rico en amor, pondrán una
esperanza diferente en el mundo.
Hermano Templario: Despierta. Abre los ojos. El Señor está cerca. Tan cerca, que está,
ahora mismo, a tu lado, mirándote con su mirada de infinito amor. Invócale, dile que
quieres estar siempre cerca de Él. Pídele que te ayude a no alejarte jamás de su mirada
paternal y amable. Dile que te haga comprender de una vez que sólo tenerle a Él importa
en la vida y en la muerte, que sólo cuando él nos acompaña la soledad no existe.
¡¡¡Nos vemos en Sevilla!!!!
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: