En tiempos de Isaías, cuando escribe a Ciro, el pueblo lo estaba pasando mal:
había muchos problemas, se habían desanimado, cada cual se buscaba la vida
como podía, y se consolaban y entretenían con falsas esperanzas: no estaban
dispuestos a enfrentar su situación con valentía. Derrotismo, comodidad,
confusión y desesperanza. Ahí surge el profeta, para proclamar su mensaje. El
profeta es, ante todo, una persona muy sensible a lo que está ocurriendo en
medio de su pueblo. Es también alguien con profunda experiencia de oración,
consciente de sus limitaciones y sobre todo un hombre empapado de Dios.
El día en que fuimos bautizados, y recibimos la unción con el aceite sagrado, el
sacerdote pronunció sobre nosotros unas palabras muy importantes. Estas: y
seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey.
Es decir: que todo bautizado ha recibido una llamada de Dios para que sea su
profeta, su portavoz, su mensajero. También de ti y de mí dice Dios que «antes
de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te
consagré, y te nombré profeta». Todo un Dios soñando desde toda la eternidad
contigo, para encomendarte una tarea: decir a todos lo que Él nos manda. Todo
un Dios esperando una respuesta por tu parte, un acoger su Palabra, hacerla
tuya, y anunciarla, yendo contracorriente, y viviendo de distinta manera a como
vive todo el mundo... Más que nada, porque el mundo no va como Dios quiere.
¿Y yo qué puedo hacer? Diga lo que diga, haga lo que haga, no me van a
hacer caso...
La misma sensación que tuvo Isaías. Y no es distinto lo que le pasó a Jesús: el
profeta, el mensajero de Dios, siempre es rechazado. No es creíble que las
actitudes que nos anuncia su Palabra, puedan servir para algo. Nos llamarán
retrógrados, fantasiosos, desinformados, o fanáticos, podemos tener problemas,
y de hecho los tenemos y tendremos.
Jesús nos hace una invitación muy concreta: dar a Dios lo que es de Dios.
Reconocer que está en nuestras vidas, que sin Él podemos hacer poco, o nada,
y que necesitamos su apoyo. Y después, desde esta clave, mirar al mundo de
otra manera. Cada cosa en su sitio, a cada cosa su momento y su importancia.
Lo serio, con seriedad. Las cosas alegres, con alegría. Y así podremos ser
profetas.
Y dar al César lo que es del César, también nos obliga. No estamos fuera de la
sociedad, no estamos fuera de la ley. También ahí podemos dar testimonio de
vida cristiana, ser profetas. En el ambiente donde nos movemos. Que no se nos
olvide que en nuestra vida no puede haber compartimentos estancos. No
podemos poner límites a nuestra vida de cristianos. Es decir, no podemos poner
límites al amor, a Dios y a los demás.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: