Cuando el mal parece triunfar, brilla con más fuerza la luz de la esperanza.
Ése es el mensaje de la primera lectura de hoy, donde se describe el tiempo
final, donde ya no serán posibles las componendas: todas las cosas
aparecerán en su auténtica realidad. El conflicto contra las fuerzas del mal se
convertirá en lucha abierta, y el pueblo de Dios experimentará la protección
extraordinaria del arcángel san Miguel. Será, por tanto, un tiempo de extrema
angustia y, a la vez, de salvación para quienes hayan sido fieles.
El Señor conoce a los suyos uno a uno, porque los ama, porque sus nombres
están escritos en su libro: no podrá olvidarlos. Los sabios, los justos, o sea,
los que hayan recorrido el camino de la santidad y ayudado a otros a
recorrerlo, resplandecerán con una gloria eterna.
«Enseñar la justicia a las multitudes». Podemos colaborar, contribuir a que
la Iglesia se regenere y rejuvenezca comunicando nuestra fe en el Señor,
nuestro sentido de Iglesia y nuestro amor a la Iglesia a las gentes de nuestra
generación y de las generaciones que vienen detrás. La fe es una antorcha
que se enciende en otra antorcha.
La segunda lectura intenta responder a la pregunta de por qué el pecado no
ha sido eliminado del mundo, no solamente entre los paganos, sino también
entre los cristianos. Es una pregunta justa, por qué el mal parece estar por
todas partes. El autor de la Carta a los Hebreos nos recuerda que aunque la
suerte de todos los enemigos del bien está ya establecida, todavía no han sido
sometidos bajo los pies de Cristo. Hay que esperar a que su victoria se
manifieste plenamente. Es otro motivo para no angustiarse, porque ya ha sido
derrotado el mal por la muerte y resurrección de Cristo. Aunque en el mundo
siga existiendo el mal, la miseria y el pecado, no podemos angustiarnos.
Quien se deje llevar del pánico frente a un enemigo que ya ha sido derrotado,
demuestra tener una fe muy débil.
Encontramos en la Biblia textos que hablan de las dificultades, dolores y
pruebas que aparecen en los diferentes momentos de la vida de una persona,
o en la historia de un pueblo. Para afrontar esos momentos de crisis, hay en
el Evangelio de Marcos unas llamadas a la fidelidad y a la vigilancia, para
no desfallecer.
Caigamos en la cuenta de que el mensaje del Evangelio nunca es
catastrofista. Incluso cuando habla de catástrofes, hay sitio para la
esperanza. “Cuando comience a suceder todo esto, enderezaos y levantad la
cabeza, porque ha llegado el día de vuestra liberación” (Lc 21,28). Aunque
todo parezca mal, aunque haya mucha violencia en el mundo, mientras que
el no creyente se rinde, porque la desesperación no le deja ver la salida,
nosotros, los creyentes, podemos permanecer firme en medio de la prueba,
sabiendo que, en todo lo que sucede, se puede entrever el preludio de un
acontecimiento feliz, el nacimiento de la nueva humanidad.
Las lecturas de hoy no son catastrofistas, porque presentan a los que han
vivido con sabiduría como estrellas que brillan en el cielo.
Las lecturas también nos invitan a velar, a estar alerta y buscar los signos del
Reino de Dios cada día. Porque el Señor llama a menudo a nuestra puerta, y
no siempre estamos atentos, para abrirle.
Hermano templario: La palabra de Dios nos decía el domingo pasado:
«Dios puede llamar a la puerta de la casa del pobre». Y la palabra de Dios,
con su lógica particular, nos dice: «dad y se os dará». Él está cerca. Que no
se nos olvide. Y que su Espíritu de amor y fortaleza nos haga a todos
cristianos auténticos, más presentes en la historia del hombre y más
inclinados al día de Dios. Salgamos a proteger a los débiles en los caminos
llevando encendida la antorcha brillante de nuestra fe.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: