Esta semana, otra vez, podemos meditar sobre las relaciones de Israel con su
Dios, o mejor, de cómo Dios no abandona a su pueblo. En esta ocasión, versión
Jeremías. Como todos los profetas, recuerda la alianza que existía desde
antiguo, a la que Israel prometía ser fiel, pero siempre acababa traicionándola.
Como cada vez, las consecuencias fueron terribles para ellos. Y cada vez, en
vez de mostrarse como un Dios resentido o vengativo, procede a dar otra
oportunidad, porque Él no actúa como los hombres. Promete una Nueva Alianza,
que no será frágil y temporal, sino fuerte y definitiva..
La historia del pueblo de Israel puede ser nuestra propia historia. Prometer
mucho y no conseguir hacer nada, confesarse una y otra vez de los mismos
pecados, puede llevar al pesimismo. Pero, a pesar de todo, lo prometido por Dios
ha comenzado a realizarse. Y en lo profundo de nuestro corazón está escrita la
Ley del Señor y, desde allí, va creciendo lentamente, sin que sepamos muy bien
cómo. Esa semilla es débil, necesita muchos cuidados y ayuda, pero puede dar
mucho fruto..
Vivir, para nosotros, los creyentes, no es fácil. Lo sabe bien Jesús, que pasó por
esta vida como uno más. No se quedó allá arriba, a contemplar nuestros
problemas. No nos salva desde las alturas, a distancia, sino que se encarnó,
para recorrer el camino de la vida junto a nosotros, sus hermanos. A pesar de
ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Compartió el pan, se hizo “compañero”
de camino. Por eso sabe lo que nos cuesta ser fieles, por eso podemos confiar
en Él, porque nos ayuda en ese camino, su carga es llevadera y su yugo es
suave (cfr. Mt 11, 28-30). No pide cosas imposibles, cuando invita a seguirlo. Él
mismo se sintió tentado..
Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo, sufrimiento, sudor,
dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia formación, como personas, como
profesionales, como cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque
queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más parecido a lo que
deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su Palabra son la fuente de esa
esperanza..
Hermano Templario: Es el momento de preguntarnos si queremos seguir y
servir a Jesús. Responder con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los
griegos, y que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre todo,
para saber a qué debemos morir. El mundo en que vivimos no favorece mucho
la entrega a los demás. Parece que cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo,
cuando hay una catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la
solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley del amor”. A pesar
de todo, otro mundo es posible. Y ahí estas TU como Templario de Cristo.
.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: