Isaías prepara el terreno, en la primera lectura, recordándonos la fuerza que le da sentir el apoyo del Señor. “El Señor me ayuda”. Sabemos que no era fácil ser profeta. Tampoco hoy es sencillo. También Jesús sintió cerca a su Defensor, a su Padre, en esos momentos de sufrimiento. Algo a recordar, cuando el día a día nos provoque sufrimiento o cansancio, cuando creamos que no podemos.
Es en esos momentos difíciles cuando tenemos que apoyarnos más en la fe. Esa fe de la que nos habla el apóstol Santiago, en su Carta. La fe tiene que notarse en nuestra vida, tiene que ser visible, porque si no es así, “si no tiene obras, por sí sola está muerta”.
Los cristianos añadimos a la preocupación por los demás el deseo de hacerlo a imitación de Cristo, que consagró su vida al servicio de los hermanos. Recordar esto es también una ayuda cuando las cosas no van bien, cuando la reunión no sale como habíamos planeado, o nuestros proyectos humanos fracasan. Hacemos lo que hacemos por amor, sin esperar nada a cambio. Y lo hacemos con ganas y, por qué no, también cuando no tenemos muchas ganas. Porque la fe nos anima, porque queremos que compartir lo que creemos con los demás.
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Repetir lo que otros piensan no compromete demasiado. A los Apóstoles, tampoco. Juan Bautista, Elías, alguno de los profetas… Citar es fácil, pero lo principal es llegar a aclarar quién es Jesús para mí. Y no solo lo que hemos leído en algún libro, lo que hemos visto en una película o en otro lugar. Pero en el tú a tú con el Señor no vale más que la verdad, y la verdad compromete. Para responder personalmente a la pregunta de Jesús, podemos plantearnos algunas cuestiones. Sería bueno intentar responder desde el corazón, sin tópicos, siendo sinceros con Él, porque al engañarle, en realidad nos engañamos a nosotros mismos.
Hermano Templario: ¿cuenta mucho Cristo en mi vida diaria? ¿O le tengo “encerrado” en el templo? ¿Entra en mi comedor, en mi oficina, en mi aula…? ¿Se nota que soy creyente en mi entorno habitual?
¿Lo siento cercano, como a un miembro de mi familia o a un amigo? ¿Me esfuerzo en hablar con Él, por la mañana, por la tarde, por la noche? ¿Siento que me acompaña en mi caminar por la vida?
¿Me pongo en su presencia antes de tomar alguna decisión, personal, familiar, profesional? ¿Dejo que Él juegue algún rol en esa toma de decisiones? ¿Me pregunto qué haría Jesús, antes de decidir lo que debo hacer?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: