Es precioso el paisaje que nos presenta la primera lectura. Mucho vino y vino
bueno, manjares abundantes, nada de lágrimas y la victoria sobre la muerte.
Para siempre. Casi nada. Dios cuando nos invita a un banquete este contiene lo
mejor de lo mejor. Dios no regatea con nosotros. Lo mejor de lo mejor para sus
hijos, manjares suculentos. El paraíso para unas tribus nómadas que, en medio
del desierto, con dificultad vivían día a día, o para unos exiliados que, lejos de
casa, soñaban con una vida regalada, como la que tenían en su Jerusalén natal.
A ellos sí les gustaría que los invitaran a ese banquete. Irían sin tardanza,
cantando por el camino.
En cambio, los invitados del rey estaban en otras cosas. Se ve que no estaban
desterrados. Tenían muchas cosas interesantes que hacer. Uno se fue a sus
tierras, otro a sus negocios, a otros se les acabó la paciencia y se liaron a golpes
hasta matar a los criados.
El caso es que no le salió bien el intento de celebrar una gran fiesta a su
majestad. Parece que los invitados eran poco receptivos y sufrieron la cólera del
rey. Que los mató a todos. Por brutos. Y, con la fiesta ya montada, y el banquete
preparado, a buscar nuevos invitados. Dice la lectura que llamaron a buenos y
malos. Es que la llamada es universal. La grandeza del rey, que, como podemos
deducir, es la grandeza de nuestro Dios.
Me imagino la sorpresa de los invitados. Vas a lo tuyo por el campo, y, poco
menos que a la fuerza, te llevan a presencia del rey. Y a comer y a beber vino
de balde. Un honor, aunque hayas sido llamado de rebote. Una invitación que
exige responder de forma adecuada. No hace falta mucho para participar en la
fiesta. Simplemente, un traje. Por supuesto, en una boda la estrella es el traje de
la novia, pero también se mira mucho a los invitados, y a pocas personas
normales se les ocurre ir a una boda con pantalones cortos o con playeros
(bueno hoy no sé qué decir…). Digo a la gente normal, que raros siempre hay
en todos los países. Quien más, quien menos, tenemos una camisa bonita y un
pantalón fino, para estos eventos. Un traje de fiesta, y una buena disposición. Un
Uniforme de Gala en nuestra Orden.
Hermano Templario: Tú también has recibido de Dios esa invitación a la boda, al
banquete, a la fiesta, al recibir la fe. Y me atrevería a decir más, también nos ha
dado el traje:
- El traje de la vida, recibida de Dios, aunque tú no la merezcas; y una vida llena
de recursos, talentos y posibilidades para que construyas tu felicidad: ¿Te la
merecías?
- Nos ha dado también el traje de las personas que están a tu lado, que van
acompañando y dando alegría a tu camino. ¿Te las mereces?
- El traje de esta época, una época que te ha permitido adquirir cultura y
educación, que cuenta con enormes adelantos en la medicina, en la ciencia, en
la técnica; vives en libertad... ¿Te la mereces?
- Conocer a Dios. Un Dios que te quiere simplemente porque Él es Padre y
tú eres hijo suyo. Lo has experimentado en tu vida. Te ha ayudado tantas veces.
¿Llevas la cuenta de las veces que te ha dado una nueva oportunidad, las veces
que te ha perdonado? ¿Te lo mereces?
- Tienes a Jesucristo que ha compartido nuestra condición humana, que ha
derramado su sangre por ti y por todos los hombres para el perdón de los
pecados; que te garantiza su presencia todos los días hasta el fin del mundo.
Que te ha dado el traje de discípulo, te ha llamado para que seas de los suyos
y compartas con Él su misión y su destino. Si lo llevas puesto hasta el final, te
asegura la resurrección de entre los muertos. Que te habita, pues ha decidido
que seas templo de su Espíritu Santo: ¿Te lo mereces?
¿Te parece raro que el señor se enfade porque uno de los invitados no lleva el
traje de fiesta? ¿Te parece raro que el invitado sin traje no diga nada, pero nada
de nada de nada? Sabía que no había respondido bien a la llamada del rey. Si
viniera Dios a preguntarnos por nuestro traje, ¿qué le podríamos decir? ¿Qué
traje llevamos puesto? ¿El de fiesta, o el de andar por casa? ¿El de los
domingos, o el roto, ese que usamos para fregar? Hablo del traje interior, de lo
que llevamos por dentro.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: