Comienza el tiempo ordinario con la historia de un joven que andaba siempre en
el templo, cerca de las cosas de Dios. Podemos decir que “se las sabía todas”.
Conocería el terreno, sabría dónde estaban todas las cosas, habría ido a cientos
de ceremonias, habría visto a muchas personas rezando… Pero no conocía al
Señor, todavía. No le había sido revelada su Palabra. No había tenido un
encuentro personal con Dios.
Porque ser cristiano es una llamada personal. No es apuntarse a algo. No es ser
miembro de un partido, o tener el carnet de un equipo de fútbol. No es una
ideología. Tampoco algo para un horario concreto. Es un estilo que abarca toda
la vida, sin vacaciones ni descansos. De día y de noche, en trabajo y en el ocio.
A tiempo completo.
A Samuel le cuesta reconocer la llamada. A nosotros, hoy en día, también nos
resulta difícil saber qué quiere Dios de mí. No era frecuente que el Señor se
revelara directamente. Por eso, Samuel no puede encontrar por sí mismo el
origen de la voz. Tampoco Andrés y el discípulo amado pueden descubrir Quién
es el único y verdadero Maestro. Son necesarios “guías” que hayan tenido esa
experiencia. Y no hablamos de charletas, ni de cursillo, ni de técnicas de oración
o de libros sobre la esencia de Dios. Se trata de la palabra de personas que han
recorrido esos caminos y ayudan a otros a andar por ellos. Maestros de vida,
personas con “experiencia de Dios”. Que saben lo que dicen. Porque lo han
vivido ya.
Hermano Templario: ¿Tienes algún director espiritual que te ayuda en esta
búsqueda, por ejemplo?
La experiencia de Samuel sucede de noche. Cuando “aún ardía la lámpara de
Dios”. La lámpara se encendía por la noche (Ex 27, 20-21; Lv 24, 3). De noche,
en silencio, se para el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y
se disparan los del alma. Dios se puede revelar. Necesitamos silencio para
escuchar al Señor, aunque el silencio nos cuesta, lo llenamos con muchas cosas,
con mucho ruido…necesitamos parar el tiempo a nuestro alrededor, hacer
silencio y calma en nuestro interior, retirarnos…dejar que Dios nos hable al
corazón y nosotros disponernos a escucharle.
Hermano Templario: ¿Has hecho la experiencia de un retiro espiritual, tú y
el Señor mano a mano y a solas?
En el Evangelio vemos a dos discípulos de Juan que tienen ganas de buscar.
“¿Qué buscáis?”, les pregunta Jesús. Querían saber dónde vivía Cristo. Están
dispuestos a salir de su zona de confort, para encontrar al Mesías. Tenían ya un
maestro, a Juan el Bautista, pero buscaban al Maestro, al definitivo. Un buen
ejemplo para nosotros, a los que nos cuesta salir de la cama, para ir a Misa, de
nuestro grupo de siempre, de nuestras oraciones de siempre… Y nos quejamos
de que no encontramos al Señor. A veces hace falta un esfuerzo, para verlo. Y
confiar en la palabra de los que saben más de esto.
Dice el Evangelio que se quedaron todo el día. Ese encuentro con Jesús les
cambió la vida para siempre. Anduvieron con él, vieron cómo hablaba, cómo
predicaba, cómo se relacionaba con la gente, y los “llamados” se convirtieron en
“llamadores”. Esa fue la tarea de Elí, de Juan Bautista, de los primeros
discípulos… “Hemos encontrado al Mesías”, y llevaron a Pedro hasta Jesús.
Si un cristiano no habla de su experiencia del Mesías, si no comparte con otros
hermanos su encuentro con Cristo, lo que ha aprendido después de estar un día
con Él, si no ha sentido cómo ha recibido una llamada para evangelizar… Pues
no somos cristianos del todo. Tenemos que seguir creciendo como creyentes.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: