Se aproxima la Navidad. Empezamos la tercera semana de Adviento. Es el
domingo “Gaudete”, “Alegraos”. Las lecturas nos lo repiten, para que no se nos
olvide.
La semana pasada el Bautista hablaba en general del arrepentimiento por los
pecados y la conversión a una nueva vida. Hoy la cosa se concreta más.
La primera lectura es un alegato a favor de la misericordia divina. Un buen motivo
para alegrarnos es que Dios es siempre misericordioso. El Señor ha revocado tu
sentencia, nos dice el profeta Sofonías. El tiempo en que vivió no era demasiado
bueno. La situación era catastrófica, pero, como profeta verdadero, supo ver la luz
en medio de la oscuridad, y fue capaz de percibir la presencia de Dios en medio
del pueblo.
Un detalle en el que Sofonías pone el acento es que el enfado de Dios no va
contra el pecador, sino contra el pecado. Con las personas, Dios solamente realiza
obras de salvación. No castiga. Por ese motivo, todos pueden alegrarse, no hay
motivo para tener miedo. Es el mismo esquema que el evangelista Lucas repite
con el anuncio del ángel Gabriel a María: “alégrate”, no temas”, “el Señor está
contigo”. Y, con María, nuestra Madre, podemos alegrarnos todos.
Hermano Templario: Y para colaborar en este plan, nosotros, ¿qué podemos
hacer en este momento? ¿Cómo podemos convertirnos, para dar esos “frutos” de
los que habla el Bautista? Y “frutos”, en plural, para demostrar que la conversión
es verdadera. Hay que ordenar la cabeza y el corazón, para poder reaccionar.
Lo primero que pide el Bautista es relativizar los bienes materiales. Para que Dios
entre en nuestra vida, debemos hacerle sitio. Sabemos que lo material es
importante, pero hay que ponerlos en su lugar.
Es una buena forma de revisar los “pecados de omisión”. Si alguien pasa
necesidad cerca de mí, y yo miro para otra parte, no hago el bien que debo hacer.
Puede ser un buen propósito para este Adviento, repartiendo “mis túnicas”,
intentando hacer el bien que, en otras ocasiones, he dejado de hacer.
Lo segundo a lo que apunta el Bautista, en su exhortación a la orilla del Jordán es
a la forma de cumplir con nuestras obligaciones. A los publicanos y a los soldados
no les dice que se vayan al desierto, o que adopten la vida monástica o sacerdotal.
Les dice que pueden realizar su trabajo de otra manera, con más responsabilidad,
y siendo justos. Es un consejo que nos viene bien también en nuestro camino de
Adviento.
Todo lo que hacemos, ya sea en casa, en la oficina, en la escuela o en la
universidad, se puede llevar a cabo de muchas maneras. Lo mínimo que se nos
puede pedir es que lo hagamos con responsabilidad – nuestra obligación como
individuos – pero, como cristianos, se nos puede pedir algo más. Cosas que no se
incluyen en el contrato, como la sonrisa, la amabilidad, la empatía… Para poder
recibir al Niño Dios que viene, estar atentos a los hermanos es la mejor manera.
En definitiva, hay que cambiar algo en nuestras vidas – y es preciso rezar mucho –
para que dejemos de imponer nuestros puntos de vista, dejemos de estar
tranquilos con lo que hacemos, y permitamos a Cristo entrar en nuestras vidas.
Eso que nos da miedo, porque nos exige cambiar lo que no va bien. No siempre lo
vemos como un motivo para la alegría. Pero para eso Él viene a nosotros. Cada
uno debiera escuchar la llamada concreta que este año le dirige a él el Señor.
Hermano Templario: Deja entrar al Evangelio y a Cristo en tu vida: Él viene, y no
tardará. Ésta es la gran noticia. Y hazlo con alegría. Siempre.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: