Hay tantas imágenes de Cristo, y tan distintas, que no es difícil confundirlo con
un fantasma. Se nos desvanece. Se nos olvida que hablamos de una persona
de carne y hueso.
Por eso, para ver a Cristo, es tan importante encontrarse en el domingo, el día
del Señor. En comunidad, escuchando la Palabra del Señor y compartiendo el
Pan y el Vino, podemos sentir la experiencia del Resucitado en medio de
nosotros. Es que el Resucitado nunca se alejó de su comunidad, siempre ha
estado con ellos. Eran los ojos de los Discípulos los que no podían verlo. Hasta
que sus ojos se abren a la luz de la Pascua, y pueden verlo como es realmente.
Toman conciencia de que verdaderamente ha resucitado, y que está en medio
de ellos.
Les pasaba como a nosotros, no acababan de ver claro. Incluso después de
resucitar, Jesús tiene que seguir catequizándolos. Antes, hablaba del Reino.
Ahora, convencerles de que les toca ser testigos de la resurrección. También
ellos tienen que morir a sus miedos, y resucitar a la vida nueva. Convertirse en
pregoneros de la Buena Nueva. Otra llamada para cada uno de nosotros. Hablar
de Cristo a las personas que nos encontremos. Necesitamos tener claro Quién
es Jesús para nosotros, ver la vida a la luz del Resucitado, para ayudar a los
hermanos a aclarar sus imágenes de Jesús.
Hoy, como en el tiempo de los Apóstoles, las condiciones no son las mejores
para descubrir a Dios. Parece, como en la barca en el lago, que hay muchas olas
y parece que nos hundimos. La oscuridad del mundo nos lleva a pensar que hay
mucho mal y sufrimiento en nuestra tierra. Y, además, están nuestros miedos
personales. Nos da miedo abrir las puertas, como a los Discípulos. No dejamos
que nos conozcan como somos, por si decepcionamos, o ven en nosotros cosas
que nos avergüenzan, o se descubren nuestros miedos o errores pasados…
Puede que se nos olvide cómo somos de verdad. Y una de las condiciones del
testigo es ser auténtico. Jesús nos invita a superar nuestros miedos y
oscuridades, para, con su ayuda, ser nosotros mismos, y ser testigos auténticos
con toda nuestra vida
.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: