La Iglesia a nivel universal pasa por momentos turbulentos. En ocasiones podemos pensar que no merezca la pena ser cristiano con tanta persecución en muchos países, escándalos internos dentro de la Iglesia, falta de congruencia entre mensaje y obras, luchas de poder, divisiones, desigualdades, egoísmos etc… Ante una sociedad cada vez más atea, corremos el riesgo de caer en la nostalgia y añoranza de tiempos pasados donde todo estaba definido, reglado y claro. Podemos tener incluso la tentación de querer imponer nuestras creencias y valores a la fuerza sin respetar las creencias y modo de vida del prójimo. Queremos dirigir, e imponer la Iglesia de Dios a la fuerza, cuando quizás Dios quiere que todo esto cambie para que nos replanteemos las cosas volviendo al mensaje original del evangelio y volvamos a reconstruir una nueva Iglesia. Jesús nunca impuso, sino que contagió la fe con su mensaje. Siendo el mismo Dios, ni tan siquiera cuando fue apresado y condenado a muerte respondió con violencia e imposición. Él nos dio plena libertad para elegir. Incluso en la Cruz perdonó a los que acabaron con Él. Durante muchísimos años, se nos ha olvidado que estamos llamados a ser testigos creíbles del mensaje de Cristo, con valentía y humildad, proclamando el amor, la alegría y la misericordia de Dios con nuestro ejemplo de vida. Debemos proclamar el mensaje de Jesús allí donde no se respeta la dignidad de las personas y existe una continua violación de los derechos humanos. Esta misión, durante muchos años, se ha visto como trabajo del clero, y los fieles tan sólo debían cumplir determinados preceptos y asistir a las funciones religiosas. Hemos asistido a un modo de vida religioso de fachada, de interés social y político y de cumplimiento de normas, más parecido a los fariseos de la época que a las primeras comunidades cristianas. Estamos ante una nueva era y Jesús nos pide compromiso que puede acarrearnos incomprensión, rechazo, vergüenza, exposición pública, pero es la batalla que tenemos que librar hoy en día como cristianos, saliendo a las calles al igual que hizo Juan el Bautista y nuestros antepasados hermanos Caballeros Templarios.
Al día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De él yo dije: Detrás de mí viene un varón que es más importante que yo, porque existía antes que yo. Aunque yo no lo conocía, vine a bautizar con agua para que se manifestase a Israel”. Juan dio este testimonio: “Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: “Aquél sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios”.
Aparece Juan el Bautista como el primer testigo de Jesús. Deja bien claro que él no es el Mesías esperado, sino un simple anunciador de la Luz que desde los inicios ha existido.
Este texto me hace reflexionar sobre la figura de Juan el Bautista, Patrón del Temple. Me invita a imaginar cómo fueron sus inicios, su predicación, su proclamación de la Buena Nueva ante un pueblo muy complicado, en gran medida escéptico y bruto. Su día a día de transmisión del mensaje de Cristo con el bautismo, ante toda una adversidad y un entorno que seguramente lo tildaba de loco, y ante un sistema religioso y político que al final acabó con él..
Como Caballeros Templarios te damos las gracias por la figura de Juan el Bautista y su humilde testimonio. Él siempre fue anunciador de la Luz. Que veamos en ti el Cordero de Dios libertador.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: