Día 11 Nuestra Sra de Lourdes. Día 14 San Valentín
El evangelio de esta semana nos vuelve a dar otra gran lección.
Nos pasamos la vida obedeciendo normas de todo tipo, mandamientos, instrucciones que nos dicen qué hacer y qué no hacer. En el fondo somos esclavos de nuestras propias normas, pero a la vez nos gustan porque parece que con ellas controlamos nuestro destino divino. Es más, cuando recriminamos a quien no las cumple, en el fondo estamos reivindicando justicia y venganza, ya que nosotros también lo haríamos pero no nos atrevemos, y eso nos fastidia. Nuestro ego no es capaz de superarlo.
Jesús ha venido al mundo a traer solo una norma, o a interpretar todo bajo una sola norma, que es el amor. Ama a Dios y a tu prójimo. En eso se resume todo.
No busquemos en la ley nuestros derechos y bienestar, sino los del prójimo. Se trata de leer e interpretar todo bajo otro prisma. El amor y la empatía.
Todas nuestras normas son buenas si nos ayudan a llegar a Cristo. De lo contrario seremos como los fariseos.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el reino de los cielos." Yo se lo digo: si no hay en ustedes algo mucho más perfecto que lo de los Fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos. Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados: "No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio". Pero yo les digo: Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno. Por eso, si tú estás para presentar tu ofrenda en el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y vete antes a hacer las paces con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda. Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo. Jesús dijo a sus seguidores: "Ustedes han oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho te está haciendo caer, sácatelo y tíralo lejos; porque más te conviene perder una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te lleva al pecado, córtala y aléjala de ti; porque es mejor que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. También se dijo: "El que se divorcie de su mujer, debe darle un certificado de divorcio". Pero yo les digo: Si un hombre se divorcia de su mujer, a no ser por motivo de infidelidad, es como mandarla a cometer adulterio: el hombre que se case con la mujer divorciada, cometerá adulterio." Jesús dijo a la multitud: "Ustedes han oído lo que se dijo a sus antepasados: "No jurarás en falso, y cumplirás lo que has jurado al Señor". Pero yo les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro ni uno solo de tus cabellos. Digan sí cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio."
La interpretación de la ley de los Fariseos había caído en la casuística para agradar a Dios, olvidando lo esencial de la ley, su verdadero mensaje.
Jesús nos enseña a respetar la vida del prójimo sin venganza. Al contrario con reconciliación. Nos hace ver que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre. No es admisible que nadie la pretenda o el marido se libre de ella por capricho. Por último la palabra dada adquiere una dimensión divina, ya que el mismo Dios ha empeñado su palabra con nosotros.
Padre, la empatía es fundamental para poder seguir tus mandatos. Debo entender al otro, ponerme en su lugar para poder ver en qué le he fallado. Mientras mire con mis ojos llenos de ego seré incapaz de reconocer mis errores. Debo renunciar a mí mismo.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: