En el camino del Adviento, cada año, nos acompañan varias figuras importantes
en la Historia de la Salvación. Hoy aparece la primera, Juan el Bautista. El mayor
de entre los nacidos de mujer (Lc 7, 28), según dijo el mismo Jesús.
El Señor no ha dejado nunca de enviar avisos, señales o personas, para que el
último día no nos sorprenda desprevenidos. Hasta a su Hijo único nos envió,
cuando se cumplió el tiempo. Para “consolar a su pueblo”, que sufría mucho, y
sigue sufriendo hoy en día.
Nosotros, los cristianos, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que
habite la justicia, como nos recuerda hoy san Pedro. Esta es nuestra meta. En
nuestro mundo, falta mucha justicia. Es necesario cambiar muchas cosas. Y,
para eso, necesitamos gente que sea capaz de hacer algo. Cambiar el mundo,
no sé, pero sí cambiar un poco cada uno. Si queremos ese mundo mejor,
tenemos que hacer algo para arrimar el hombro. Y ayudar a otros a que cambien
también.
El Señor es fiel y cumple siempre sus promesas. Lo que pasa es que si ritmo no
es nuestro ritmo. Es un ritmo de amor. Quien ama es paciente y sabe esperar.
El tiempo avanza de otra manera. También el Señor espera a que el hombre le
abra las puertas de su corazón, nos da tiempo para aceptarle y, sabemos, para
el Señor, “un día es como mil años y mil años como un día” (2 Pe 3,8).
El Bautista testimoniaba con su vida, con su dieta, incluso con su vestimenta.
Recordaba a la del gran profeta Elías, no es extraño que le confundieran con él.
Llamaba la atención, la gente se interesaba, se acercaba a él para saber cuál
era su mensaje. Y cuando le preguntaban al Bautista: "¿qué tenemos que
hacer?, aconsejaba realizar obras como ésta: "El que tenga dos túnicas –
símbolo de riqueza entonces – que dé una a quien no tiene, y el que tenga de
comer, que haga lo mismo". A unos recaudadores que fueron a bautizarse les
dijo: "No exijáis más de lo que tenéis establecido", y a unos soldados que se le
acercaron les recomendó: "No hagáis violencia a nadie ni saquéis dinero;
conformaos con vuestra paga". Consejos dignos de ser tenidos en cuenta
también veinte siglos después. Por todos. Cada uno en lo que pueda.
Hermano Templario: Tú puedes, debes, ser ese mensajero que en el mundo de
hoy actualice la figura de Juan Bautista.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: