Nos reincorporamos la vida normal y cotidiana, y nuestra ATO vuelve a hacerse presente
en nuestro caminar templario. Después de haber vivido intensamente el encuentro de la
Investidura Internacional de Granada, y dando gracias a Dios por todo lo compartido con
los hermanos, nos encontramos con estas palabras de Isaías que nos invitan a levantar
la mirada, a ser valientes, a tener un corazón fuerte. Porque Dios es fuerte, muy fuerte, y
tiene un poder infinito. Lo puede todo, y viene en persona. Quiere venir hasta ese punto
donde te encuentras ahora, para que te mantengas firme. Está cerca, y trae el desquite
de tanto dolor y miseria. Te da la valentía para seguir caminando hacia la Luz.
La Carta del apóstol Santiago. Y nos plantea una pregunta que puede dar motivo
para la reflexión: ¿cómo juzgamos a la gente? O, dicho de otra manera,
¿comprendemos que todos somos hermanos, o miramos a la gente con prevención,
con miedo, incluso? Es inevitable que haya diferencias entre nosotros, pero lo que no
Dios no tolera es el favoritismo. En nuestras iglesias, generalmente, no existe el
problema que menciona Santiago. Pero el problema está fuera.
Hay pobres materiales, y hay otra clase de pobres, que no lo son sólo por no tener
dinero, sino por encontrarse en una situación de desventaja en el mundo. Por no
tener cultura, por no disponer de un trabajo digno, por no tener los papeles en regla,
por ejemplo. A esas personas, la comunidad debe prestar más atención, para
diferenciarse de los que no son creyentes. Que no se queden tendidos al borde del
camino, como aquél al que los bandidos robaron y apalearon. Seamos buenos
samaritanos, pues.
Toda enfermedad en la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, era un
castigo del Señor. Pero, especialmente, la sordera era imagen del rechazo a la
Palabra. Representa la condición del hombre que escucha otras voces, voces
seductoras, pero que no dan vida. No poder escuchar la palabra de Dios es un
problema serio, pero el Señor ha prometido poner remedio. Porque el sordo no
puede oír la Buena Nueva, y no puede reaccionar. Vive aislado, encerrado en su
propio mundo. No ha podido conocer a Jesús ni escuchar su Evangelio. Y, que no
se nos olvide, hay sordos de nacimiento, y sordos que lo son porque no quieren
oír. Viven bien sin Dios.
Lo primero, quizá, sería luchar contra nuestros egoísmos personales. Dejar de pensar
sólo en nosotros, no escuchar la voz que dice que me ocupe únicamente de mí y
abrirnos. Abrirnos nos permite salir al encuentro de los hermanos, de forma que
nuestras palabras y nuestras obras, nuestra fe y nuestra vida sean consecuentes.
Decir y hacer. ¿Cómo me encuentro frente a mis hermanos y frente al Señor? ¿Cómo
son mis palabras y cuáles son mis obras? ¿Creo en lo que hago, y hago lo que creo?
Además, para que el Señor pueda sanar nuestra sordera, hay que buscarlo. No
podemos permitir que el Señor sea siempre el que salga a nuestro encuentro.
Tenemos que colocarnos cerca.
Hermano Templario: ¿Estamos a tiro del Señor? ¿Nos ponemos en disposición de
cambio? ¿Estamos dispuestos a ello? Medios hay muchos. Sacramentos, la Palabra,
la oración…
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: