Jesús está avisando a sus discípulos de que se va. Y es lógico el desconcierto
entre ellos. ¿Y ahora qué? Hasta ese momento todo les había resultado
relativamente fácil. Estaban a gusto con el Maestro. Siempre tenía una palabra
apropiada para cada situación, un gesto oportuno o una solución ante cualquier
dificultad que se presentara... Pero ¿si se va, qué hacemos? La
respuesta que les dio Jesús es importante y necesaria también para nosotros.
«Creed en Dios y creed también en mí», dice Jesús, nos dice:
«fiaos de Dios y fiaos de mí». Es decir: que seamos conscientes de que
nuestra vida está en las manos del Padre, y que Él está dispuesto a hacer todo
lo que esté en su mano para ayudarnos a salir adelante. Y con el corazón y la
mente calmados, se perciben mucho mejor las cosas.
Las palabras de Cristo en el evangelio de hoy son de las más conocidas y
justamente recordadas. Es posible que, si hubiera que dar una definición de
Cristo, muchos de nosotros tomáramos lo de hoy: Él es "el Camino, la Verdad y
la Vida."
Bueno es entonces preguntarnos si Cristo es nuestro Camino, es decir, si
tomamos nuestras decisiones y opciones siguiendo su modo de decidir y optar;
si sus palabras nos iluminan; si acogemos a los que se nos acercan con el
corazón que él lo hacía y si rechazamos las tentaciones y engaños como él lo
hizo.
Y preguntemos también si Cristo es nuestra verdad. Si desde la certeza en él
fluyen las certezas que nos sirven de fundamento. Si somos capaces de
presentar su rostro sin vergüenza estéril y sin orgullo vano de nosotros mismos.
Y miremos si él es nuestra vida. Si de veras no tenemos vida cuando él no está;
si le buscamos cuando parece que se aleja o si corremos pronto hacia él
cuando acaso nos hemos alejado nosotros
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: