Ha pasado ya una semana desde que, en la Vigilia, nuestros templos e iglesias
se fueron iluminando con las pequeñas llamas de las velas encendidas del cirio
pascual. Con ese pequeño gesto, con el compartir unos con otros las llamitas, la
Luz de Cristo se extendió, ayudando a sentirnos parte de una comunidad.
Es importante. Porque la fe es una cuestión personal, por supuesto, pero, al mismo
tiempo, es algo más. No me pertenece del todo. Es un tema comunitario, se trata
de algo eclesial. Está de moda ahora la “sinodalidad”. Es de lo que nos habla la
primera lectura. Porque somos creyentes no sólo individualmente, en la
intimidad, sino en también en comunidad.
Esa primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos presenta una imagen de
la primitiva comunidad de Jerusalén. Tenían los mismos pensamientos, incluso
los mismos sentimientos, y todo lo poseían en común. La Iglesia de los primeros
siglos era muy activa, se juntaban para rezar unidos, celebrar la Fracción del pan
y para ocuparse de las necesidades y los problemas de cada uno de los
presentes, y de los enfermos ausentes.
En aquellos tiempos, no había cristianos “no practicantes”. Había que vivir la fe
con palabras y obras. No se nos olvide que eran tiempos muy difíciles, de
persecución y de mucha presión por parte de la sociedad. Vivir la fe en
comunidad era una necesidad psicológica, incluso. Juntos se defendían. Había
que apoyarse en los hermanos, para animarse y ampararse mutuamente. Y en
la comunidad, unidos en la oración, se sentía más claramente la presencia del
Resucitado.
Extrapolando los datos, todo ha cambiado mucho – ya no hay persecuciones,
pero siguen siendo tiempos recios – pero la fe necesita, como en los inicios, de
los hermanos para fortalecerse y crecer. Es que la Iglesia no son las paredes del
edifico, sino, sobre todo, el conjunto de fieles que se reúne, con alegría,
frecuentemente, para celebrar su fe en Cristo Resucitado.
Hermano templario; ¿Cómo vives tu fe, individualmente o sintiéndote parte de
la Iglesia? ¿Cómo te apoyas en los Hermanos de la Orden y como eres tu apoyo
para los demás?
La segunda lectura nos recuerda lo difícil que fue para muchos aceptar la muerte
del Hijo de Dios. En los primeros tiempos, no todos los creyentes entendían lo
que había pasado. Dios se había manifestado en el Bautismo de Jesús y en los
milagros que llevó a cabo. Pero el que murió en la cruz no podía ser el mismo
que había predicado por toda Galilea. En la cruz murió el hombre Jesús, no el
Cristo, Hijo de Dios. Surgen las herejías, desviaciones de la verdadera fe.
Por eso, en la segunda lectura hemos oído “Éste es el que vino con agua y con
sangre, Jesucristo. No solo con agua, sino con agua y con sangre”. Porque Jesús
es el Hijo de Dios también en el momento de su muerte.
Y otro detalle importante. Nuestra fe debe ser incondicional. No como la de
Tomás, que, para poder creer en la resurrección, fija unas condiciones bien
precisas. No significa que la fe, nuestra fe, sea un gesto meramente irracional,
que depende del gusto de cada uno. Tenemos buenas razones para creer. Al
final del Evangelio, se nos ha hablado de los muchos signos que hizo Jesús, para
mostrar a todos Quién era Él.
Pero una cosa en que la fe tenga sus razones, y otra es intentar poner
condiciones a Dios para creer en Él. Tenemos que entrar en la lógica de Dios.
Mirar el mundo con Sus ojos, para encontrar los signos de su amor que hay en
él. Ese es el camino. Vivir todos los sucesos de nuestra vida y vivirlos con paz.
La paz que Cristo dejó a sus Apóstoles, y la paz que podemos sentir nosotros,
cuando confiamos en Dios. Como María. Como los mártires, que supieron morir
por Cristo en paz.
Hermano templario: ¿Es tu fe incondicional?, ¿te fías de dios con los ojos
cerrados, o tú también necesitas ver para creer? ¿le pides a Dios pruebas de
Amor, o te basta con Jesucristo muerto y resucitado por TI?
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NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: