Las lecturas de hoy nos hablan del proyecto de Dios para el matrimonio. En esa unión no hay diferencias, los dos se complementan, la mujer es semejante al hombre, y se le da como ayuda. Estas dos palabras, “semejante” y “ayuda” nos explican cómo Dios entiende a la mujer. Siendo iguales, ambos dan continuidad
a la obra del Señor, y sin la mujer quedaría incompleto el hombre. Juntos están en el paraíso.
El problema empieza cuando en la relación el egoísmo vence al amor, y se ve al otro como una cosa. Poco a poco se pierde la comunicación, y las decisiones se dejan de tomar conjuntamente. Incluso, en ocasiones, se hace daño al otro, física o psicológicamente, y ambos vuelven a estar sólos, sin compañía, se hacen desgraciados el uno al otro. Surgen las aventuras extramatrimoniales y cada vez se alejan más y más del plan de Dios.
Otros problemas para alcanzar la felicidad son la simple convivencia o las relaciones prematrimoniales, en las que no se da el compromiso pleno y definitivo, la entrega “para toda la vida, con una persona”, de la que nos habla el libro del Génesis. Si se habla de verdadero amor, hace falta un compromiso mayor que la simple atracción pasajera. Por eso la Iglesia recuerda estas cosas, en la preparación al matrimonio.
Comenzamos la lectura de la Carta a los Hebreos. Más que una carta, parece una homilía destinada a que los oyentes se mantuvieran firmes en su fe, en la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, que se hizo nuestro hermano, que se solidarizó con nuestros problemas y debilidades, y que sabe lo que es sufrir. La obediencia a la voluntad del Padre le llevó a la muerte, y una muerte de cruz. No le fue fácil seguir el camino trazado por el Padre, como tampoco lo es para nosotros.
Las preguntas a Jesús tienen como finalidad tenderle una trampa, poniéndole entre la espada de la Ley de Moisés y la pared del amor de Dios. Lo que le dicen los fariseos, lo que la gente entendía era que el divorcio estaba permitido. Los motivos para ese paso, con el transcurso del tiempo, habían llegado a ser muy variados, desde la infidelidad, hasta una comida mal preparada.
El acta de repudio que prescribió Moisés permitía a las mujeres tener una segunda oportunidad, para que no las acusaran de adulterio, si se unían a otro hombre. La pena por adulterio, ya sabemos, era la muerte por lapidación. Una ligera mejora en el estatus de las esposas. Lo que hace Jesús es romper con la concepción de su pueblo, negando cualquier posibilidad de divorcio, porque queda fuera del plan de Dios. El repudio lo han introducido los hombres, y destruye la unidad querida por el Creador.
Jesús vuelve a presentar a sus contemporáneos el plan original de Dios, que excluía el divorcio. El amor de los esposos, que está en el origen del matrimonio, supone entrega mutua, sacrificio por el otro, ser fecundos y formar una familia. Ese es el plan primigenio de Dios, que ha prometido estar junto a los que empiezan ese camino, acompañando, ayudando a sobrellevar las dificultades, para que sean un espejo del amor divino y puedan ser fieles y felices.
La pregunta que muchos se hacen es: “¿cómo hacer hoy para que ese proyecto de vida no se rompa, por la infidelidad, por la rutina, por la indiferencia?” Es muy importante recordar los valores que deben trabajarse cada día en la pareja: la fidelidad, el cuidado diario del afecto y la convivencia, la escucha, el perdón… Todo ello ayuda a andar juntos el camino. Y no nos olvidemos de la oración en común, para sentir el apoyo de Dios en las crisis y dificultades. Entre todas las oraciones, debe ocupar un lugar especial la Eucaristía. Es precisamente en la Eucaristía donde recordamos este misterio de amor del amor de Dios, y en ella es donde los esposos deberían alimentar su vocación al amor.
Termina el Evangelio hablando de los niños. Y de la necesidad de ser como niños, para entrar en el Reino de los Cielos. No se trata de ser infantiles, sino, quizá, de tener la capacidad de los niños de aprender permanentemente. Ser capaces de sentir la curiosidad para seguir haciendo preguntas, interesarse por ver todo con otra mirada y poder alegrarse con las cosas pequeñas. Y olvidar rápido las ofensas, y perdonar. Estas son las cosas que los niños pueden enseñarnos, y que nos permiten acercarnos más a Dios. No pensar que lo sabemos todo, que conocemos todo de los otros y dejar que Dios sea Dios. Con sus ritmos, con sus tiempos, pero confiando. Como un niño en los brazos de su madre. Ojalá podamos vivir así. Todos saldremos ganando.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: