Parece que ya, en los tiempos de Pablo, había gente que vivía del cuento.
Mientras que Pablo, con amor de madre – y ya sabemos lo que está dispuesta a
hacer una madre por sus hijos – lo ponía todo en la predicación, algunos se
aprovechaban. Trabajar para no ser gravoso a nadie, el ora et
labora benedictino, versión paulina. Porque, aunque Pablo defiende el derecho
de los apóstoles a vivir de la predicación evangélica, él mismo y sus
cooperadores renunciaron siempre a ser mantenidos por los recién convertidos
a la Buena Nueva. Lo hacía así, para que su predicación quedara a salvo de toda
sospecha de lucro. Pablo acepta voluntariamente y de buen grado las fatigas de
un trabajo necesario para subsistir sin ser gravoso a los habitantes de
Tesalónica. Trabajar y predicar, su estilo de vida. Sin esperar mucho a cambio.
Por puro amor de Dios y a Dios.
Desde el comienzo, en estos textos se ven claras dos formas de ejercer la
autoridad. Por un lado, el autoritarismo de los fariseos, que imponían cargas
pesadas, y por otro, el estilo de servicio de Jesús.
Podemos entender por qué a los fariseos les gustaba que les llamaran
“maestros”. A todo el mundo le apetece el reconocimiento, que sepan quién eres
y te digan lo bien que haces las cosas. Es que a nadie le amarga un dulce. Un
nutrido grupo de discípulos era señal de que el maestro era bueno. Los gestos
de respeto hacia ellos rozaban la servidumbre (calzarlos y descalzarlos, por
ejemplo, de ahí lo de no ser digno de desatarle las sandalias del Bautista a
Jesús) y, me parece, uno se puede acostumbrar a que todos estén pendientes
de tus palabras, y hagan todo por ti. Lo que está muy lejos del servicio que nos
enseña Cristo.
Esta práctica la realizaban para acrecentar su respetabilidad. Jesús critica todo
ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y,
todos, nuestros hermanos. Y es que, muy importante, esto va para todos.
Porque, aunque se habla de los “fariseos”, a lo largo de estos versículos siempre
están presentes “la multitud y los discípulos”, a los que se menciona en el primer
versículo. Una advertencia para los que algo “mandamos”, pero no solo. También
para los que “obedecen”. Es muy fácil que se peguen actitudes y conductas no
muy cristianas. Por eso hay que estar atentos. Y saber lo que tenemos que
hacer. Y no porque nos vaya a caer la maldición a la que hace referencia la
primera lectura, sino porque es lo que Dios quiere.
Decir y hacer. Acabamos de celebrar la solemnidad de Todos los Santos. En
ellos, gente muy distinta, de campo y de ciudad, iletrados y cultivados, jóvenes y
mayores, altos y bajos, podemos encontrar un buen modelo para imitar. A esa
multitud de santos les une que fueron buenos discípulos de Cristo. Hablaron e
hicieron. Si quiero ser discípulo de Jesucristo como ellos, si quiero seguirle y que
le sigan los demás, he de dar primero buen ejemplo. Como los santos.
¿De qué manera voy a explicar a los demás que el trabajo y el estudio son
medios de santificación, si luego no tengo prestigio profesional, si hago las cosas
de cualquier manera, o me conformo con cumplir los mínimos o ir aprobando? Y
no sólo en el trabajo, sino también en mi relación con los demás, en el uso de
los bienes materiales, en las diversiones, en el descanso, en las dificultades, etc.
San Agustín (Comentario al salmo 36, III) nos aconseja: Cualquiera que sea yo,
atiende a lo que se dice no por quién se dice... Si hablo cosas buenas y las hago
imítame; si no hago lo que digo, tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no
hagas lo que hago, pero no te apartes de la cátedra católica.
Finalmente, celebramos con inmensa alegría la elección del Fr. ++Jacques
Dubos como Gran Maestre de la Orden del Temple. Os invito a orar por él para
que el Espíritu Santo le guie en esta nueva etapa decisiva para nuestra Orden,
y a trabajar con él, para dar muchos frutos y que por ellos nos reconozcan..
Deus Vult!!!!!
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: