Queridos hermanos Templarios, después de este paréntesis vacacional, como cada
domingo, la Palabra de Dios nos da pautas para la reflexión. Nos ponemos delante de ella,
para que el Espíritu Santo nos vaya llevando hasta la comprensión de esa Palabra que, para
nosotros, es vida.
Jesús eligió a un grupo de amigos, para que estuvieran con Él. Para que vieran cómo se
relacionaba con las personas, sobre todo con los pobres, los niños, las mujeres, los
enfermos… Y estar con Él significa no sólo “ver”, sino “vivir” como Él. Fue un largo proceso,
hasta comprender lo que de verdad quería Jesús de ellos. Porque es muy fácil pensar como
los hombres, y no como Dios. Recordamos como, mientras Jesús les hablaba de la pasión,
ellos se repartían los puestos a la derecha y a la izquierda de Cristo. Es humano no querer
afrontar las cargas que implica la fidelidad.
La verdadera decisión que importa tomar en nuestra vida es la firme voluntad y resolución
de renunciar a sí mismo y, posiblemente – si tal fuera la voluntad de Dios – hasta la muerte
real, hasta la renuncia de la vida corporal, como han hecho tantos hermanos nuestros. Esto
es lo que significa seguir a Jesús. En el sentido literal los discípulos le habían seguido a
donde Él iba, y habían compartido su vida. Este seguimiento exterior, la acción de ir
literalmente en pos de él tiene que convertirse en seguimiento interior. El seguimiento
interior requiere otras condiciones distintas del abandono de casa y hogar, familia y
profesión. Es el estado del alma dispuesta para sufrir la pasión. Sólo entonces el
seguimiento pasa a ser seguimiento en sentido propio, y se llega a ser verdadero discípulo.
Y solo entonces se llega a ser verdadera persona. Porque ser buen creyente no significa
vivir sufriendo, sino vivir con el gozo de saber que estás al lado de Jesús.
Todo eso tenía que suceder. No hay otro camino para que se cumpla la voluntad del Padre.
Y sabemos que eso era lo más importante para Jesús, encarnar siempre lo que Dios quería
para llevar a cabo su plan. Con su propio ritmo, con sus vicisitudes, no siempre con la rapidez
que a nosotros nos gustaría. “Vuestros planes no son mis planes, dice el Señor”. (Is 55,8)
Lo que le pasó a Jeremías le ha pasado a mucha gente. Y te puede pasar a ti. El Señor te
complica la vida, te obliga a andar por caminos que no tenías pensado recorrer, e incluso te
enfrenta a la oposición de la gente. Ahí se prueba nuestra fidelidad. Hay que ser testigos y
llevar el mensaje permanentemente. Y es duro. Porque no todos aceptan ese mensaje que
la Palabra nos ofrece. Y no a todos les gusta que les recuerden que no siempre actúan bien.
El final de (casi) todos los profetas, de antes y de ahora, nos lo recuerda. Mártires de la
Iglesia, mártires…
Se trata de, como nos recuerda la segunda lectura, de transformarnos “por la renovación de
la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada,
lo perfecto.” Una tarea que no fue nunca fácil, ni siquiera para los Apóstoles, ni para tantos
santos que en el mundo han sido. Una tarea que merece la pena. Al final, el Señor nos dará
la paga que merezcamos. Ojalá sepamos vivir de tal modo, que la paga sea la mayor a la
que puede aspirar un cristiano, la vida eterna. Discerniendo siempre, preguntándonos cada
día “qué quiere Dios de mí hoy y ahora, para que el Reino siga creciendo. Para que yo sea
más feliz”.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: