En este fragmento de la carta a los gálatas, Pablo no lamenta
que los gálatas le hayan abandonado a él, sino que hayan
abandonado a Dios. No defiende su prestigio personal, sino la
verdad que Dios le ha revelado.
El Evangelio no es una doctrina elaborada por los hombres,
sino revelación de Dios. Pablo ataca con energía a quienes
intentan desfigurar el Evangelio anunciado por él, no porque
lo considere fruto de su propio pensamiento y experiencia,
sino al contrario, porque sabe que viene de Dios. Este
Evangelio es anuncio de la salvación que se nos ha dado en
Cristo y solo en Cristo. Cualquier enseñanza que ponga en
duda la radical necesidad, la novedad y la gratuidad y total
suficiencia de esta salvación que se nos da en Jesucristo no
es Evangelio. El recaer en las prescripciones de la religión
judía es una perversión tal del Evangelio que vale tanto como
apartarse de la salvación.
Frente a quienes atacan su categoría de Apóstol, porque no
ha sido llamado como los otros Apóstoles, Pablo defiende sus
derechos. Tiene conciencia clara de que ha sido llamado por
Dios para anunciar el Evangelio de Jesucristo, pues ha
experimentado en su propio corazón la fuerza salvadora del
mismo.
Una cosa es cierta, el Evangelio que predica no lo ha recibido
de otros hombres ni es producto de su reflexión. En efecto,
Pablo no pudo recibirlo de los primeros cristianos, ya que los
perseguía encarnizadamente, ni llegó a él en la forma de una
tradición que se asimila por aprendizaje. Por el contrario
conoció a Jesucristo, como el Señor, por una revelación
directa y personal de Dios. Y esta revelación fue salvadora
para él. Cambió totalmente sus ideas y el curso de su vida. De
enemigo y perseguidor de la Iglesia pasó a ser miembro activo
de la misma. Identificado plenamente con Cristo, se entrega a
la tarea de anunciar por todas partes el amor universal de
Dios.
Legalismo o amor
La parábola del buen samaritano, un paso más en el camino,
un paso más en la catequesis. Jesús hablaba del gran
mandamiento: el amor a Dios y al prójimo.
La ley ya contenía esta enseñanza “Amarás al Señor tu Dios,
con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” y
“amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El mismo Jesús
declaraba que haciendo eso tendrían vida. La cuestión es
saber quién es mi prójimo. El judío distingue entre prójimo y
extraño, es decir, personas que para él no son prójimo. Jesús
lo va a aclarar con una parábola.
Prójimo es cualquier persona que está al lado de quien
necesita ayuda. Prójimo es aquel que se aproxima al
necesitado. En esta parábola lo va a descubrir un escriba. La
noción de prójimo va a romper las fronteras de una raza, de
un pueblo, de una religión.
Esta parábola es dura y tuvo que herir los oídos de los judíos.
Los detalles son importantes. En primer lugar, Jesús habla a
judíos y quien actúa bien, como prójimo, es un samaritano.
Los samaritanos eran considerados como excluidos de la
sociedad, impuros según la ley, e inferiores. Por otro lado, el
sacerdote y el levita, con su actitud, no hacen sino cumplir la
letra de la ley. No podían tocarlo, pensando que se trataba de
un cadáver. Por eso, dan un rodeo y se alejan.
Aquí se oponen claramente legalismos y amor y Jesús
defiende este último. La enseñanza es clara, no existen leyes o
normas morales o sociales que permitan una desatención al
necesitado. El amor ha de ser la norma suprema de nuestra
conducta.
Jesús cambia la primitiva pregunta del letrado: ¿quién es mi
prójimo? Orientándola hacia su verdadero sentido; ¿Cuál se
hizo prójimo del herido? Ya no se puede determinar
jurídicamente quién es el prójimo, como quería el letrado.
Ahora depende de nosotros mismos saber quién es el prójimo.
¿Estamos dispuestos a hacernos prójimos de quién nos
necesita?
Estos Evangelios y reflexión han sido extraídos de “Dominicos”, hecho público en
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/ 3-10-2022/ Dominicos
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: