Empezamos el Adviento. Es uno de los tiempos fuertes de la Liturgia. La Santa
Madre Iglesia nos prepara así para vivir mejor la Navidad, como pasa con la
Cuaresma, antes de la Pascua. En este tiempo fuerte sería bueno recurrir con
mucha más frecuencia a la Palabra de Dios, que está siempre disponible. Y que
esa Palabra de Dios nos supiera a poco.
Porque no agotamos la verdad de esas palabras con una sola lectura. Ojalá
volviéramos sobre ellas, ahondando más en su sentido, para extraerles todo el
jugo posible, para que nos ayuden a ver más claro, para que nos ayuden a vivir
mejor. Son como una fuente. No agotamos el manantial con un solo sorbo, y
probablemente tampoco agotamos nuestra sed con un solo sorbo. Que
tengamos ganas de beber más, siempre.
La primera lectura nos habla de un pueblo en el exilio que, a pesar de todo, sigue
confiando. Han visto cómo Jerusalén era saqueada y ellos mismos llevados al
destierro. Todo parece estar en contra. Pero confían. Esperan. Es un pueblo que
sabe Quién es su Señor, y no desesperan. Nosotros somos la arcilla y tú el
alfarero: somos todos obra de tu mano. Cuando todo va mal, sólo queda confiar
y orar. Cuando rezamos bien, como Dios quiere, se logra la paz interior, la
esperanza, una mirada optimista que ayuda a seguir viviendo. En los brazos de
Dios uno puede sentirse seguro, a pesar de todo. Porque Dios no nos abandona.
Hay que recordar esto con frecuencia.
Es que no siempre hacemos las cosas bien. A menudo sentimos que somos
débiles, que no podemos corregirnos. Parece que estamos llamados a repetir los
errores. Confesamos a menudo los mismos pecados. ¿Por qué Dios lo permite?
Seguramente, para dejar que ejerzamos nuestra libertad. Para que, cada día,
optemos por él. Podemos. Nos lo recuerda san Pablo. No carecéis de ningún
don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él,
que comenzó en nosotros la obra buena, la llevará a término. Su fidelidad no
depende de nuestra respuesta, Él es siempre fiel. A pesar de nosotros mismos.
Si podemos creer en esto, crecerá nuestra esperanza cristiana. En eso consiste
el amor de Dios. Amar a pesar de todo. Y a eso estamos llamados nosotros.
El evangelio, otra vez, nos invita a velar. Empezamos el año (litúrgico) como lo
terminamos. Para que no se nos olvide. De noche, es difícil velar. Se puede
perder hasta la fe. Porque no vemos claro, porque no sabemos dónde ir.
Entonces, ¿qué podemos hacer?
Hay un remedio para no dormir. Se lo dijo Jesús a sus discípulos en Getsemaní.
“Velad y orad”. Es lo que significa vigilar. Rezar, hablar con Jesús, en
permanente diálogo con Él. Preguntarle, contarle lo que nos pasa, confiarle
nuestra vida. Siempre.
Eso sí, tenemos que recordar, quizá en tiempo de Adviento especialmente, que
Dios actúa de un modo discreto y silencioso, pero eficaz. No siempre como nos
gustaría, no de forma drástica o exagerada, sino como el fermento en la masa.
Todo lleva su tiempo. Y el tiempo de Dios no es nuestro tiempo. Eso también
tenemos que recordarlo.
Hermano Templario: Todo está en marcha. Trabaja, sin prisa, pero sin pausa,
con paciencia, y con alegría. Porque nos preparamos para algo grande: Dios
Viene, ya está llamando a la puerta, ¿no lo oyes?.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: