Hemos ido pasando en estos últimos domingos, de la corrección fraterna al
perdón al hermano y a la contabilidad original y generosa de Dios, con aquello
de que los últimos serán los primeros. Y si hemos asimilado eso, para que no
nos aburramos, hoy la Palabra nos da otra vuelta de tuerca.
Y de nuevo la Palabra nos recuerda qué es lo importante. No decir, sino hacer.
No sólo decir que creemos, sino hacer lo que decimos. Eso lo entendieron bien
aquellos que estaban fuera de la sociedad, en tiempos de Jesús. Todo los que
acompañaron a Mateo en el banquete que dio por su conversión. Todas las que
sintieron el perdón. La prostituta que regó con lágrimas los pies de Jesús,
Zaqueo, jefe de publicanos y ladrón, los enfermos, marginados por su condición
de pecadores... Esos que no se sintieron juzgados, sino aceptados, perdonados.
Con una segunda oportunidad.
A veces nos pasa que le echamos la culpa a los demás, que nosotros somos los
que lo hacemos bien y los otros los equivocados. Ezequiel, en la primera lectura,
les llama la atención a sus paisanos sobre esto: “¿Es injusto mi proceder? ¿O no
es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia,
comete la maldad y muere… Y cuando el malvado se convierte… él mismo salva
su vida”. En el fondo, de las injusticias y de los errores no tiene la culpa Dios,
sino, muchas veces, nosotros mismos, que nos excluimos con nuestros bloqueos
y nuestros corazones endurecidos. En nuestras manos, en nuestras acciones
está el cambiar de actitud, el no sentirnos tan autosuficientes y poner nuestra
confianza en Dios, que es Padre y nos quiere.
San Pablo, en la segunda lectura, propone a los cristianos de Filipos que sean
testimonio de vida ante sus paisanos por sus actitudes y que tomen como
ejemplo a Jesús, que renunció a sus derechos para compartir la condición
humana con todas las consecuencias. No se trata de hacer moralinas apoyadas
en principios filosóficos o religiosos, sino de vivir de acuerdo a nuestra fe en
Jesús, que es a quien seguimos, y actuar como Él lo hizo con las personas con
las que trató.
Hubo mucha gente que recapacitó, después de oír a Jesús. A Pablo. A muchos
santos. Mucha gente que, primero, dijo no, pero luego se arrepintió. Ojalá
nosotros seamos de esos. Ojalá seamos capaces de pensar siempre que es lo
que querría Jesús que hiciéramos. Porque hemos escuchado su mensaje, y es
un mensaje de liberación. Aunque el primer impulso sea decir “no”.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: